No sé qué ha pasado, que el PP se ha puesto a hacer oposición. Especialmente brillante ha estado el diputado extremeño Carlos Floriano, nuevo en esta plaza, que, al decirle Rubalcaba que los únicos que coinciden en criticar Sitel son Batasuna y el PP, al cacereño se le ocurrió recordarle al ministro del Interior que eso mismo es lo que decían, los socialistas en general y él en particular, cuando el GAL. Cosa no dijera porque el habitualmente pacífico de formas Rubalcaba se puso como un basilisco y ya fuera del hemiciclo citó en un aparte a Floriano y a González Pons y los puso cual no digan dueñas.
En las democracias modernas, especialmente en la española, la televisión es el medio más influyente en los resultados electorales. Y, en la televisión, desquiciarse, indignarse, mesarse los cabellos, alterarse y cantarle las cuarenta al adversario queda fatal. Da igual que se tenga o no razón, el que pierde los estribos pierde el debate, tanto si el argumento está bien fundado como si no. Y el que pierde el debate pierde las elecciones. Los socialistas lo saben muy bien. Por eso, no pierden ocasión de sacar aquellos temas que irritan al PP y tienen la virtud de sacarle de sus casillas. Poseen una amplia panoplia de asuntos a los que recurren sistemáticamente cuando no saben por dónde salir o incluso cuando lo saben. En las cartucheras llevan desde los crímenes de la Guerra Civil, los de la derecha, por supuesto, hasta la condena del franquismo, pasando por el Prestige, el Yak-42, la Guerra de Irak, el 11-M, la negociación de Aznar con la ETA y alguna otra munición que se me olvida.
Como al PP le gusta presentarse como partido de Estado, repleto de hombres de Estado, sensatos y equilibrados, se dejan irritar, pero nunca descienden a combatir con esas mismas armas. No digo que recuerden los muchos episodios vergonzosos que jalonan la historia del PSOE, aunque no estaría mal que alguna vez les refrescaran la memoria para que reconocieran haber sido el único partido con representación parlamentaria que colaboró un día con una dictadura. Y que el 23-F estuvo a poco de caer en la misma tentación. Tampoco es indispensable poner de relieve que muchos de sus altos dirigentes fueron marxistas e incluso comunistas, y que ninguno de ellos ha afirmado renegar de sus viejas ideas.
Pero no sobraría ponerlos colorados de vez en cuando señalándoles como el partido que trajo la corrupción a la democracia española. Tampoco estaría de más exigirle a Zapatero que diga quién le reveló que en los trenes del 11-M había terroristas suicidas para, en el caso de no contestar, acusarle de intoxicar a los medios con noticias falsas que le favorecían a 48 horas de unas elecciones generales. Y, sobre todo, si es que es eso lo que más les irrita, sacarles una y otra vez el GAL. El Gobierno del PSOE fue el que levantó, financió y dirigió una organización terrorista. Con ser esto terrible, lo peor fue que no lo hizo para acabar con la ETA, que aún sigue viva y coleando, sino para esquilmar con tal pretexto las arcas del Estado. Y encima, algunos de los secuestrados y asesinados no tenían nada que ver con la banda. A ver qué tal les sienta.