En un viejo documental, Marcello Mastroianni conversaba con Vittorio Gassman. El genial paparazzo de La dolce vita le explicaba con paciencia al caradura de Il sorpasso que para ser un buen actor había que estar de algún modo vacío, para que el personaje pudiera arrebujarse cómodamente en las hechuras de la persona que lo representaría. Por eso Vittorio, que era un intelectual, un tipo inteligente de vastos conocimientos, no podría nunca brillar como actor, porque siempre era, sin poder evitarlo, el gran Vittorio Gassman. En cambio, él, un povero disgraziato de pocas luces que nada sabía, era en cada película el personaje que hiciera falta sin que apenas quedara nada de Marcello Mastroianni, porque en realidad apenas era nadie. Vittorio Gassman miraba a su amigo con recelo, sin saber si estaba recibiendo un elogio o una diatriba.
No hay ninguna razón para que un actor de éxito posea opiniones dignas de ser escuchadas sobre nada. Desde luego, pueden tenerlas y ser muy notables, pero no tiene por qué ser así. Parafraseando a Unamuno cuando decía que el buen ajedrecista sólo demuestra que sabe jugar bien al ajedrez, podría decirse del buen actor que sólo demuestra eso, que es un buen actor. La realidad es que, la mayor parte de las veces que los actores hablan sin guion dicen muchas tonterías que son absurdamente escuchadas con injustificado embeleso.
Fijémonos en el discurso anti-Trump de Meryl Streep. Acusa al próximo presidente de los Estados Unidos de poner en peligro el libre ejercicio de la profesión de actores y periodistas. Esto no es sólo una tontería, es un insulto. Un insulto para los inmigrantes ilegales que friegan platos en la grasienta cocina de un restaurante o limpian retretes en un edificio de oficinas por unos pocos dólares y que podrían estar en verdadero peligro de perder sus trabajos si Trump cumple lo que prometió. Tanto si eso ocurre como si no, Meryl Streep seguirá viviendo opíparamente gracias a su trabajo como actriz de talento y la mayoría de los periodistas seguirán poniendo de chupa de dómine todo lo que huela a derecha, provenga de Trump o de cualquier otro.
No sólo, sino que la delicada inmigrante polaca de La decisión de Sophie ha recordado que, si no fuera por los inmigrantes extranjeros, los norteamericanos sólo verían fútbol americano y películas de artes marciales, en una obvia referencia al pobre Chuck Norris, que no se ha metido con nadie. Es decir, que los norteamericanos, especialmente los de derechas, son tan incultos que necesitan que muchos europeos vayan a Estados Unidos a hacer películas que los culturicen. Es verdad que las cintas de Meryl Streep son mejores que las de Chuck Norris, pero no lo es menos que hay maneras de culturizarse más eficaces que ponerse a ver Mamma Mia. En cualquier caso, no cabe duda de que es una gran actriz. Y ha demostrado que lo es gracias a estar bendecida con esa virtud que tanto alababa Marcello Mastroianni, consistente en no tener ni idea prácticamente de nada.