En la primera legislatura socialista, Felipe González decidió prestar atención a algunas asignaturas pendientes que tenía España en política exterior. Aunque en el seno del PSOE se vivió un intenso debate sobre si establecer o no relaciones con Israel –y, de hacerlo, de qué forma y bajo qué condiciones–, finalmente no supuso grandes problemas para al Gobierno, quizá también porque ese mismo año (1986) España entraba en la Comunidad Económica Europea y celebraba el referéndum sobre la permanencia en la OTAN.
En un primer momento, la vinculación con el mundo árabe permitió a España desempeñar un papel de gran importancia como mediador en el proceso de paz. De hecho, en 1991 acogió laConferencia de Paz de Madrid, que fue el origen de los Acuerdos de Oslo de 1995 entre la OLP e Israel; y en 1996 la Conferencia de Barcelona. El protagonismo español siguió ahí durante las legislaturas de José María Aznar: desde 1996 a 2000, Arafat visitó España en siete ocasiones, y Aznar realizó tres visitas a Israel y a los territorios.
En 2002, en plena Segunda Intifada, España acogió a tres hombres de Al Fatah que se habían atrincherado en la Basílica de la Natividad. Posteriormente, la diplomacia española, aprovechando que Madrid ostentaba la Presidencia de turno de la Unión Europea, auspició el famoso Cuarteto de Paz (EEUU, UE, Rusia y la ONU), que estableció una hoja de ruta para el fin del conflicto… nunca cumplida. Una vez abandonada la Presidencia de la UE, y tras la intervención norteamericana en Irak, respaldada por Aznar, el conflicto entre israelíes y palestinos pasa a un segundo plano y la relación entre España e Israel también.
Será con Zapatero cuando las relaciones bilaterales vivan su peor época. El Gobierno español tomó partido por una de las partes, la palestina, y desarrolló una diplomacia miope y visceral.
El nadir se produjo en verano de 2006, durante la Segunda Guerra del Líbano. La foto de Zapatero ataviado con un pañuelo palestino, unas declaraciones del ministro José Blanco acusando a Israel de causar víctimas entre la población civil deliberadamente, manifestaciones antiisraelíes en las que se lucían banderas de Hezbolá y había destacada presencia socialista (el fallecido Pedro Zerolo, por ejemplo), supusieron desplantes que dañaron profundamente la relación con el Estado judío.
Por si fuera poco, el canciller de Zapatero, Miguel Ángel Moratinos, se reunió con Bashar el Asad para que tuviera un papel más activo en la contienda, olvidando la ocupación siria del Líbano por más de 30 años o sus lazos con Hezbolá, que actualmente sostiene militarmente su régimen. Yigal Palmor, entonces portavoz de Exteriores de Israel, sentenció: "España ha tomado partido por un bando".
Entre 2004 y 2011 aumentó el caudal de fondos españoles destinados a organizaciones que promovían el boicot a Israel y que operaban en los territorios palestinos; en concreto, los fondos de cooperación en los territorios palestinos se incrementaron un 300% en los años Zapatero (v.página 316).
La creación de Casa Sefarad-Israel para tender puentes entre España, Israel y el mundo judío no consiguió borrar el daño causado por la diplomacia zapateresca, más propia de una asamblea estudiantil. Tampoco la visita de Zapatero a Israel, con su célebre "Ani yehudí" (soy judío), en referencia a su apellido, de indudable origen hebreo. Más positiva fue la implicación española en la Finul, las fuerzas de pacificación de la ONU apostadas en la frontera con el Líbano. Ya en la agonía del Gobierno de Zapatero (2010-2011), la sustituta de Moratinos, Trinidad Jiménez,intentó recuperar para España el papel de mediador que había ejercido en los años 90, pero no hubo caso, a causa de la desconfianza israelí y de la eclosión de la Primavera Árabe, que absorbió toda la atención internacional a las cuestiones relacionadas con el Medio Oriente.
Cuando Mariano Rajoy ganó las elecciones de 2011 designó ministro de Exteriores a José Manuel García Margallo, que si bien es cierto se estrenó, en el Día Internacional de Recuerdo del Holocausto, afirmando que había que luchar por la seguridad de Israel con todos los medios posibles, luego se volcó en el regreso a la política de tradicional amistad con el mundo árabe (y el persa) instaurada por Franco. Ya dimos cuenta de los contactos indirectos con Hamás en Ginebra y de la intención de abrir un consulado español en Gaza, del apoyo a la rama de olivo en la mano de Arafat (olvidando la pistola en la otra mano) y de un comunicado en el que se situaba a terroristas palestinos y a víctimas israelíes en el mismo plano.
Cuando el cabo malagueño Francisco Javier Soria Toledo, integrante de la Finul, murió por fuego israelí en enero de 2015, Margallo afirmó que no le temblaría la mano a la hora de exigir responsabilidades. Israel reconoció su error e indemnizó a la familia del militar caído. Quizás Margallo se quedó con las ganas, ya que el asunto lo llevó Defensa.
Al cumplirse 25 años del establecimiento de relaciones, el entonces director de Casa Sefarad-Israel,Diego de Ojeda, escribió que habían sido cinco lustros de normalidad. Ciertamente, el intercambio cultural, económico y científico entre ambos países ha ido creciendo año tras año. La que ha estado alejada de la normalidad en estos 30 años ha sido la relación política, secuestrada por el conflicto. Esperemos que en los próximos tres decenios las relaciones políticas sean más fructíferas y estables y el conflicto se solucione.