En un movimiento inesperado, precedido, es cierto, por una lista de demandas inasumibles para el Gobierno israelí, Abás ha terminado de enterrar el proceso de paz iniciado por el incansable secretario de Estado norteamericano John Kerry. El pasado 24 de abril, Abás anunció que había alcanzado un acuerdo con Hamás, por el que se sellaba la reconciliación con Al Fatah, y se formaba un Gobierno de unidad hasta unas elecciones que se celebrarán en seis meses. Al día siguiente, Netanyahu rompía unas negociaciones que estaban ya agonizando:
Mientras aún había contactos para prolongar las negociaciones de paz, Abu Mazen ha elegido a Hamás en lugar de la paz (con Israel). Quien elige a Hamás no quiere la paz.
A este respecto, las palabras de Netanyahu son certeras: Hamás y la paz con Israel son antónimos. El movimiento islamista, de hecho, nació con el objetivo de exterminar a Israel y liberar Palestina. Es uno de sus objetivos primordiales, recogido en el preámbulo de su Carta Fundacional, así como en los artículos 6, 11 y 13 de la misma. Sus clérigos e ideólogos no han cesado, desde su fundación como partido político y grupo armado, de instar a la muerte de todos los judíos, como hizo el jeque y parlamentario de Hamás Yunus al Ashtal, que en 2008 declaró, según informaron The New York Times y The Herald Tribune, que "el Holocausto está aún por llegar a los judíos." Su forma de actuar ha ido totalmente en consecuencia.
Desde el año 2001, Hamás, en ocasiones asistido por la Yihad Islámica, ha lanzado sobre el sur de Israel más de 13.000 cohetes –cifra aportada, entre otros, por Betselem, una autodenominada organización pacifista y anti-ocupación israelí. Entre ellos no sólo se incluían cohetes del modelo de fabricación casera Qasam y de la versión iraní del cohete tipo Grad, sino también los proyectiles iraníes Farj-5 y los misiles SA-7.
Durante los años de la Segunda Intifada (2000-2004), Hamás llevó a cabo 248 atentados con hombre-bomba por todo Israel, según el registro del Ministerio de Exteriores. Cuando Israel abandonó Gaza en 2005, unilateralmente y sin contrapartidas, los hombres del movimiento quemaron las sinagogas construidas por los colonos, saquearon los invernaderos y apostaron lanzaderas de cohetes a lo largo y ancho de la Franja. Posteriormente, tomaron por la fuerza el control de Gaza frente a las fuerzas de Al Fatah en una micro-guerra civil entre ambos grupos que se cobró 250 muertos en el verano de 2007, según la cifra que aporta la Comisión Palestina Independiente para los Derechos Ciudadanos en su informe del mismo año.
Paralelamente, Hamás prolongó el secuestro del soldado Gilad Shalit, al que capturó en suelo israelí, durante cinco años en los que no permitió visitas de observadores internacionales como la Cruz Roja y en los que tampoco aplicó la Convención de Ginebra para prisioneros de guerra.
Además, como nos recordó el incansable Abu Toameh el pasado 27 de febrero, Hamás no cree en, ni aplica, los derechos humanos en la Franja de Gaza. Las poco sospechosas organizaciones Human Rights Watch o Amnistía Internacional han denunciado las violaciones de los derechos humanos cometidas por Hamás. En este sentido, en junio de 2011, durante las primeras revueltas en los países árabes, una encuesta del Palestinian Center for Policy and Survey Research reflejó que un 67% de los gazatíes se manifestaría a favor de un cambio de régimen en la Franja.
Por si fuera poco, Hamás ejecuta públicamente a los acusados de colaboracionismo con Israel. En el último caso conocido, arrastraron los cadáveres de los presuntos colaboradores por las calles de Gaza City. Asimismo, disfrazan a los niños de combatientes y hombres-bomba.
Aparte de todo lo anterior, no hay que olvidar que el Movimiento Islamista Revolucionario está en la lista de organizaciones terroristas de la Unión Europea desde 2003.
La mayoría de los israelíes está a favor de una solución de dos Estados, pero Hamás no entra dentro de esa ecuación. No, al menos, si el grupo islamista continúa con su empeño de destruir Israel. Hamás es responsable de los estallidos de violencia en los últimos años y también supone un gran obstáculo para la paz entre israelíes y palestinos. Y Abás, no sabemos si por miedo a que el movimiento islamista le quite el trono, porque teme que lo haga Mohamed Dahlán -la bestia negra de Hamás en el bando palestino-, o, como sugiere José María Marco en estas páginas, porque desea fijar como legado la unificación de los palestinos, ha escogido a Hamás por encima de las negociaciones, desperdiciando así otra oportunidad, una más, de alcanzar un acuerdo. Sea como fuere, este paso del presidente de la Autoridad Palestina lleva consigo el alejamiento de la paz.
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