En verano de 2000 (Camp David II) los palestinos podrían haber tenido su Estado. Yaser Arafat entonces dijo que no a todo. No es la primera vez que perdían la oportunidad. Mahmud Abás, en el proceso de negociación abierto por el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, está tomando la misma actitud que su predecesor.
Desde la Conferencia de Madrid (1991), los israelíes exigen fronteras seguras, que los grupos terroristas palestinos entreguen las armas, que los palestinos reconozcan a Israel como Estado judío; libre acceso a los santos lugares del judaísmo –principalmente a la Tumba de los Patriarcas, en Hebrón–; que los refugiados palestinos sean absorbidos por el futuro Estado palestino y Jerusalén como capital indivisible del Estado de Israel. Los palestinos, por su parte, piden que Jerusalén Este sea la capital de Palestina, que se desmonten todas las colonias judías y no haya presencia israelí o judía en el futuro Estado palestino; que vuelvan cinco millones de refugiados –según sus cuentas y sus testimonios– a sus ciudades de origen, y que las fronteras de dicho Estado sean las anteriores a 1967, cuando el West Bank estaba ocupado por Jordania y Gaza por Egipto.
Los recursos hídricos, la desmilitarización del Estado palestino, el pasillo entre Gaza y Cisjordania y la presencia militar israelí en el Valle del Jordán son también cuestiones que están sobre la mesa, a la espera, sin embargo, de que se solucionen las cuestiones anteriores.
Los israelíes llevan buscando la paz desde que declararon la independencia; en cambio, los palestinos han aceptado muy a regañadientes, después de comprobar dramáticamente durante decenios que el terror no les llevaría a nada, sentarse en la mesa de negociaciones.
Siendo el nudo gordiano de las conversaciones la delimitación de las fronteras, los israelíes, desde Camp David II, plantearon una solución en cuanto al reparto del territorio en disputa –es menester recordar que, legalmente, pese a que estén bajo una ocupación o control militar israelí, no son ocupados, sino que están bajo una disputa de soberanía, porque no existen aún unas fronteras de iure, sino unas fronteras definidas tras un armisticio con Jordania–. Al existir colonias como el bloque de Gush Etzión –territorio de población judía antes de la primera guerra árabe-israelí y limpiado por las tropas jordanas antes de la guerra, compuesto entre otros asentamientos por Betar Ilit o Efrat, hoy prácticamente ciudades–, ofrecieron a los palestinos, liderados entonces por Arafat, los famosos land swaps (intercambios de tierra) para así ofrecer una expansión territorial similar en número de kilómetros cuadrados a la que hubieran tenido si el Estado palestino se hubiera formado antes de 1967 –en 1948 ya pudo haberse establecido un Estado palestino, rechazado tanto por los países árabes como por los propios palestinos–.
Barak entonces ofreció a Arafat un Estado palestino con un 90% del territorio reclamado y la absoluta división de Jerusalén mediante una ficción jurídica que haría del barrio árabe de la Ciudad Vieja territorio palestino y del judío, territorio israelí. Ningún político sionista se había atrevido a tanto.
Durante las conversaciones, Clinton, harto de las negativas de Arafat, le espetó:
Si los israelíes pueden hacer compromisos y usted no puede, yo debería irme a casa. Usted ha estado aquí catorce días y ha dicho que no a todo.
Si el plan Clinton-Barak se aplicaba, la frontera entre ambas naciones estaría en la tapia que corona el Muro de las Lamentaciones y da paso a la Explanada de las Mezquitas. Arafat y los suyos, seguidos en comparsa con Hamás y la Yihad Islámica, como respuesta comenzaron la ola de atentados terroristas más agresiva y mortífera del conflicto: la Segunda Intifada.
Luego Olmert ofreció en 2008 lo mismo que Barak más un 100% de los territorios mediante land swaps. Y los consecutivos esfuerzos de Israel por retomar las negociaciones han caído en saco roto, como ya comentamos. En el camino, en una estrategia en principio inteligente y bienvenida –su lucha se fue a los pasillos de la diplomacia internacional en lugar de a las calles de Israel y los territorios palestinos–, en 2011 y 2012 Abás metió el dedo en el ojo a los israelíes en la ONU, con un resultado que no ha cambiado absolutamente nada la situación de los palestinos.
Abás, que si bien es cierto ha conseguido en colaboración con Israel diezmar a Hamás y a la Yihad Islámica en Cirsjordania –lo que no significa que hayan cesado los ataques: esta Navidad ha sido sangrienta en Israel, aunque los medios de masas no se hayan acordado mucho–, no ha cedido un ápice en las posturas de su predecesor. No se ha sentado a negociar nunca, sólo ha tomado la actitud de esto es lo que hay, y si no aceptas me levanto.
Esta semana la radio israelí informaba de que Bibi Netanyahu estaba de acuerdo con el plan marco que John Kerry quiere hacer firmar a ambas partes. Dicho plan, que se hará público el próximo día 31, contempla el desmantelamiento de todas las colonias asentadas en el Valle del Jordán, entre otras medidas. Por su parte, el secretario general para Asuntos Palestinos de la Liga Árabe, Mohamad Sbeih, ha hecho las veces de portavoz del rais palestino y venido a ratificar las posturas clásicas de la OLP, que nunca han llevado a nada: Jerusalén Este como capital, no reconocimiento de a Israel como Estado judío, rechazo a la presencia de tropas israelíes en la frontera con Jordania y sometimiento a valoración de los intercambios de territorios.
Una vez más, Abás se enroca en una posición imposible de aceptar por parte de Israel. Además, esta alergia a sentarse a negociar va en contra de los intereses nacionales palestinos. La OLP lleva enrocada en esa posición desde que Arafat dio el portazo en Camp David II, y no se percata de que así sólo consigue que Israel se consolide y los palestinos pierdan la autonomía que han ido disfrutando desde los Acuerdos de Oslo. Si Abás quiere unas fronteras, tendrá que negociarlas teniendo en cuenta la realidad, y no sus falsos mitos de lucha y sangre.
Las líneas de armisticio no fueron fronteras negociadas con los palestinos, sino con Jordania y Egipto. La famosa resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, tantas veces mencionada e interpretada según los intereses de ambas partes, habla de unas fronteras seguras, establecidas a través de una negociación bilateral. Ya hay políticos israelíes con mucho tirón, como Naftalí Bennett, que no quieren negociar con los palestinos. Hastiados de las negativas palestinas y sus respuestas violentas, llegará un día que sean los israelíes los que no quieran negociar más.
Por otro lado, negar a Israel la condición de Estado judío es negar su legitimidad, su hecho fundacional. Las intenciones de esta postura son ocultas y perniciosas. Abás y su cuadrilla, al fin y al cabo, no quieren desechar esta reivindicación que es de Hamás, por la cual si se acepta a Israel como Estado judío se acepta también la no legitimidad de Palestina sobre todo el territorio.
En lo referente a las tropas israelíes en el Valle del Jordán, sólo hay que atender a lo que ha hecho la Unifil en el Líbano, o más concretamente lo que hizo la Undof antes de la Guerra del Yom Kipur. Dejar ese flanco a tropas internacionales supone una grave amenaza para la seguridad de Israel. Ningún político israelí sensato con ciertas dotes militares –una carrera militar es esencial para llegar alto en política– dejaría toda la frontera este del país a merced de las tropas de la ONU, con una guerra civil en Siria en la que se usan armas químicas y con islamistas, miembros de Hezbolá y de la Guardia Revolucionaria iraní en el campo de batalla.
Los esfuerzos de Kerry han sido encomiables, pero, al igual que Clinton, está siendo frenado por la misma pared: el liderazgo palestino, que no quiere negociar, sólo imponer sus condiciones. Bien sea por lo aburrido que les resultarían a él y a la OLP administrar un país –y rendir cuentas de sus corruptelas rampantes– o por miedo a correr el mismo destino que Anuar el Sadat.
En cualquier escuela de negociación le habrían enseñado a Abás que, siendo la parte que más tiene que perder y menos que ofrecer, no puede tomar la actitud dominante. Los líderes palestinos que acuden a las negociaciones con Israel llevan mucho tiempo diciendo que no a todo. Quizá, azuzados por el respaldo internacional, creen que tienen dominada la situación y no se han percatado de que algún día se les acabarán las oportunidades y serán devorados por Hamás o, esperemos, por una aclamación popular guiada por los líderes de todos los proyectos emprendedores que han surgido a la sombra del denostado Salam Fayad.
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