Hace pocos días Microsoft anunciaba que la versión 7 de su Explorer sería liberada este año y que, contra toda la estrategia hasta ahora sostenida por el gigante de Redmond, sería independiente del sistema operativo Longhorn. En tan sólo unas pocas semanas Microsoft ha pasado de desdeñar la amenaza del navegador Firefox (claramente superior técnicamente) a cambiar por completo su estrategia de Internet para sacar la nueva versión de un navegador que, con toda seguridad, irá técnicamente a remolque de las innovaciones de Firefox. Esta simple anécdota ejemplifica claramente los síntomas de decadencia (un buen artículo –vía Enrique Dans– sobre los indicios) que se perciben en Microsoft, una empresa gigantesca y omnipotente que hace tiempo que alcanzó su cenit en el dominio del mercado del software. A partir de ahí los retos han sido mayores de lo que Microsoft era capaz de prever o de afrontar.
La decadencia de Microsoft tiene su base en factores endógenos y exógenos. Dentro de Microsoft, la capacidad de innovación se ha visto apagada en los últimos años. Su software ya ha evolucionado hasta cotas difícilmente superables en esta generación tecnológica y ahora mismo la empresa vive ahogada en interminables y recurrentes problemas de seguridad, versiones cada vez menos innovadoras de su software, y permanentes retrasos en sus lanzamientos, una marca propia de la casa desde hace años.
Pero los problemas reales de Microsoft vienen de su incapacidad de adaptación a un entorno cada día más hostil que le ha obligado a adoptar estrategias defensivas que no hacen sino evidenciar su decadencia. El primero de esos factores fue Internet, y es el que ha desencadenado el resto. Microsoft no estaba preparado para la Red. El fenómeno le pilló desprevenido y ha sido uno de los grandes tropezones estratégicos de la compañía en su cuarto de siglo de historia. El problema es que con el paso de los años la empresa ha sido incapaz de tomarle el pulso a Internet y a día de hoy, a pesar de dominar el mercado de los navegadores, todavía no lo ha conseguido. El papel de MSN en la guerra de los buscadores está predestinado a ser anecdótico, Microsoft no deja de jugar un papel secundario en las guerras de la Red y a pesar de participar en la liga de honor lo hace en una segunda fila, indigna para una empresa como la de Gates.
En el campo del software, la Red también forma parte de la pesadilla decadente de Gates. El auge del software libre ha ido parejo al desarrollo de Internet, y hoy ya existen serias amenazas al dominio absoluto de Microsoft en el mundo del software. GNU/Linux en sistemas operativos, Firefox en los navegadores u Openoffice en las suites ofimáticas son tres claros ejemplos frente a los cuales Microsoft ha ofrecido respuestas tibias, ataques indiscriminados que sólo reflejan debilidad, nula respuesta de mercado (sobre todo en agresividad comercial) y una cierta atonía que recuerda al desdén de Goliat sobre David en el antiguo testamento.
Lo difícil de esta situación es que Microsoft se de cuenta. Sus resultados aún no se han resentido de forma significativa, y aunque la empresa es consciente de que se juega mucho en estas guerras no ha buscado soluciones en su interior para hacer frente a todos estos retos, sino que espera ganar sus batallas a golpe de marketing y fomentando una desinformación que cada vez encuentra menos receptividad entre los usuarios, hastiados frente a productos que sólo dan problemas. La incapacidad de reacción y la dificultad de movimientos del gigante elefantiásico pueden jugar en contra de Microsoft y, eventualmente acabar con él. Pero lo más probable es que Microsoft no se de cuenta hasta que sea demasiado tarde.