No, no me refiero al sitio de 1714, ese que los amanuenses del secesionismo han exhumado, literalmente, en el paseo del Born, para utilizarlo como parque temático del enfrentamiento cainita en una operación ruinosa desde el punto de vista económico, falaz desde el punto de vista histórico y fallida desde el punto de vista propagandístico.
"Acogió casi dos millones de visitantes y se convirtió en el segundo espacio cultural más visitado de Barcelona, después de la Sagrada Familia", fabuló el concejal de Cultura, Jaume Ciurana (LV, 18/11). Pero la cifra, aclara el diario, incluye a los transeúntes ocasionales, porque sólo se vendieron 217.580 entradas generales y el tinglado ocupa el noveno lugar en el ranking de museos. El déficit para el 2015, sobre un presupuesto de 3,7 millones de euros, se calcula en casi 2,5 millones, que pagaremos los ciudadanos ajenos al guión maniqueo, incluidos los restantes españoles, presentados como los malos de la anacrónica ficción.
Mitin sectario
El sitio de Barcelona que debe preocuparnos realmente es el que padecen hoy la ciudad y el área metropolitana, presas codiciadas por la minoría insurgente, que tiene sus bastiones en la Cataluña rural. Francesc de Carreras lo puso negro sobre blanco (El País, 12/11):
Si repasamos los resultados del 9-N comprobamos que las diferencias entre las diversas zonas del territorio catalán son muy grandes: una amplia zona costera con un bajo porcentaje independentista, unas áreas industriales donde este porcentaje es irrisorio y una Cataluña interior en la que el independentismo avanza más pero que sólo alcanza la mayoría, por muy poco, en ocho comarcas de las 41 existentes.
Blindado contra la realidad, indiferente a las preferencias de la mayoría de los ciudadanos y comprometido con la cruzada disgregadora, el alcalde Xavier Trias montó, cuatro días antes del 9-N, la parodia de un vuelo al futuro para imaginar una Barcelona que ya fuera la capital de una Cataluña independiente (LV, 6/11). El mitin sectario se celebró en el Saló de Cent del Ayuntamiento, donde Trias presentó el libro Barcelona, capital d'un nou estat, que varios meses antes había encargado a 148 fieles a la causa. Arengó Trías:
En este proceso político, Barcelona, cap i casal de Catalunya, tiene una gran responsabilidad por su liderazgo. Barcelona estará siempre al lado del Govern y del Parlament, pero también de todo el territorio.
Uno de los teloneros se situó en el 2024 e imaginó, según la crónica, que hasta entonces "Barcelona creó una red de apoyo a la investigación y ahora somos la envidia del MIT de Boston". Lo que no aclaró es si a lo largo de esos diez años habrán saldado la deuda acumulada con los farmacéuticos y demás proveedores de los servicios sociales.
Fórmulas estrafalarias
La entrega del cap i casal Barcelona a la minoría secesionista que la asedia, para convertirla en la capital de una Cataluña independiente, no será, empero, tan fácil como fantasea el alcalde desnortado. Los promotores de la secesión son veteranos en el arte de tergiversar datos y pueden jactarse, ante los crédulos e incautos, de representar al pueblo o a la mayoría de los catalanes, pero saben también que a la hora de reclamar derechos y privilegios en instancias superiores, tanto internas como externas, no valen las artimañas. Y saben, porque los números cantan, que sólo cuentan con el aval de un tercio de aquellos a quienes dicen representar. En situaciones límite, cuando no les queda más remedio, incluso lo confiesan y exhortan a sus fieles a refinar los engañabobos. Así se explica que, al mismo tiempo que discuten entre ellos cuál es la mejor táctica para repartirse el pastel y seguir viviendo del cuento, Oriol Junqueras predique (LV, 23/11):
Hay algunos ámbitos en los que nuestra ausencia se nota mucho, especialmente en las grandes ciudades y en los ámbitos metropolitanos; allí donde vive más gente es donde nuestra presencia es más débil, y eso es algo que debe cambiar. Esta debe ser y será la prioridad del partido.
La resistencia de los ciudadanos a dejarse embaucar obsesiona a Junqueras y lo empuja a idear fórmulas estrafalarias a modo de señuelo. Resume el cronista (LV, 3/12):
Junqueras aseveró que "en nuestro país hay más demócratas que independentistas", por lo que cree trabajar desde un gobierno lo más transversal posible que tome el timón del Estado catalán y haga copartícipe a toda la ciudadanía de, por ejemplo, la redacción de una Constitución de la República catalana.
Una conclusión impactante
Un factor que favorece los planes de los secesionistas, todo hay que decirlo, está asociado precisamente a la decadencia de Cataluña, decadencia que perjudica a "las grandes ciudades" y "los ámbitos metropolitanos donde vive más gente", "más demócratas que independentistas", espacios que los reclutadores de ERC necesitan debilitar porque, tal como están, les resultan impenetrables. Esto explica que los regocije lo que anuncia un titular: "Catalunya se descuelga de la Europa más industrial. El peso del sector pasa del 29% al 18% en sólo dos décadas" (LV, 6/12). Los secesionistas, que, como hemos visto, depositan sus esperanzas en la Cataluña rural, están de parabienes con tamaño retroceso. Pero el economista Ramon Aymerich se escandaliza (LV, 9/12): "El declive industrial en Catalunya es insólito y único por su profundidad".
José Luis Álvarez describió con claridad meridiana este proceso de asedio del pasado a la modernidad en su artículo "Qué le espera a Barcelona" (El País, 9/10), en el que llega a una conclusión impactante:
El soberanismo ha vaciado de contenido político a la capital, como si fuera una comarca más de una Cataluña homogénea. Controlada, global sólo en lo turístico, valdría la pena… ¡que se independizara!
El vaciado político de Barcelona, premeditado para facilitar dicha homogeneización, comenzó merced a una normativa electoral basada en una ley de 1985 aún vigente, por la cual,
en nombre del "equilibrio territorial", el voto de un barcelonés vale menos que el de un votante de Girona, Lleida o Tarragona. Lo local, agrícola (salvo zonas de la Tarragona costera) y turístico pesa más que lo metropolitano, industrial y cosmopolita.
Insiste Álvarez en lo obvio:
La abismal diferencia entre el territorio y Barcelona. El cinturón de Barcelona se parece más al sur de Madrid que al Pla d'Urgell. El capitalismo industrial genera las condiciones materiales para la solidaridad internacional entre trabajadores. El nacionalismo, premoderno, los separa. (…) La composición de los partidarios de la consulta es reveladora de los peligros del independentismo para Barcelona: la nueva Convergència, ERC, IC, CUP. Sólo Unió desentona en tan anticosmopolita coalición de agropecuarios y antisistema. El soberanismo ha pasado a ser liderado por quienes nada tienen que ganar de Europa y la globalización –precisamente ambos ámbitos son los que necesita Barcelona para seguir siendo la mejor ciudad del mundo para vivir–.
Xavier Pericay lo ratifica en "Añoranza de la ciudad", Crónica Global, 9/12.
Insidias tribales
La demografía y la distribución de las clases productivas condenarían a una hipotética Cataluña independiente a un imperativo proceso de fractura, en virtud del cual Barcelona y Tarragona, para empezar, y muchas otras zonas urbanas, a continuación, volverían a integrarse en España y en la Unión Europea, que las recibirían con la misma rapidez con que habrían dejado fuera la zona autoexcluida. Sería una normalización equivalente a la que se produjo cuando Alemania Oriental venció todos los obstáculos que le ponía el totalitarismo y se desprendió de la órbita soviética para volver a los orígenes en la auténtica Alemania. Y cito a Barcelona y Tarragona a pesar de que las insidias tribales que siembra el nacionalismo identitario son tan perversas que también introducen cuñas entre provincias hermanas. Nos lo recuerda Quim Monzó, ducho en propagar estas insidias (LV, 4/12):
Los souvenirs que tienen que ver con Barcelona también estarán vetados en los escaparates tarraconenses. ¿Por qué? Pues porque parte de los tarraconenses no ven Barcelona con buenos ojos y no les parece lógico que ellos vendan recuerdos con imágenes del cap i casal. Además, con toda la lógica les revienta que el macrocomplejo de ocio y casinos que construirán lleve por nombre BCN World.
En fin, una vez hecho el balance de la suerte que le espera a la Barcelona urbana si su alcalde sectario consigue dejarla a merced de los secesionistas comarcales, como promete hacerlo, habrá llegado la hora de exclamar, clar i català:
Salvem Barcelona!