Julian Assange está asilado en la embajada de Ecuador en Londres. Su abogado es el exjuez Baltasar Garzón, quien también asesora al régimen autoritario kirchnerista de Argentina en su campaña contra la justicia independiente y la libertad de prensa, con las que se ensaña igualmente Rafael Correa, presidente de Ecuador. Edward Snowden se ha refugiado en Rusia, gracias a la generosidad de Vladimir Putin, cuya condición de exjerarca del KGB ofrece tantas garantías a las libertades democráticas y los derechos humanos como las que podría brindar en España un excomisario de la brigada político-social instalado en la Presidencia de Gobierno.
Con fingida indignación
Assange y Snowden son quienes han puesto en circulación los datos secretos de la diplomacia y los servicios de inteligencia de Estados Unidos que actualmente generan tensión en las relaciones entre el país clave para la defensa de la civilización occidental y algunos de sus aliados europeos. Evidentemente, los Correa y los Putin están de parabienes, lo cual explica su afán por proteger a los responsables del desaguisado. Más aun lo festejan los enemigos declarados de nuestra civilización: los ideólogos y los guerreros de la yihad islámica. El primer ministro británico David Cameron lo dijo sin rodeos (LV, 26/10):
Lo que Snowden ha hecho y lo que algunos periódicos le ayudan a hacer es convertir en mucho más difícil la protección de nuestros países y de nuestra población.
Los gobernantes europeos espiados por la NSA estadounidense reaccionaron con fingida indignación, como corresponde a políticos duchos en estos trances. El exministro de Asuntos Exteriores francés Bernard Kouchner fue quien mejor resumió la situación (LV, 24/10):
Seamos honestos, también nosotros espiamos, todo el mundo espía a todo el mundo, pero no tenemos los mismos medios que Estados Unidos y eso nos pone celosos.
Y el historiador Matthew Aid, historiador y experto en la NSA, recordó que, no obstante ser Alemania y Francia dos aliados fiables (LV, 26/10),
Alemania es un país independiente con su propia política exterior. Alemania y Francia decidieron no sumarse a la ocupación de Irak en el 2003. (…) El espionaje hace tiempo que existe. Llevamos más de setenta años descifrando los códigos franceses. Espiamos a nuestros aliados. Y lo mismo hacen los servicios de inteligencia franceses. (…) Critico a Angela Merkel por hablar de temas políticos de alto nivel con un teléfono que cualquiera podía escuchar. Suena muy cínico y es terrible, pero ocurre. Es Realpolitik. (…) Le garantizo que hemos escuchado a todos los cancilleres alemanes desde Konrad Adenauer en los cincuenta.
¿España está libre de toda sospecha? Mientras gobernó Rodríguez Zapatero, apóstol del buenismo suicida, no lo estuvo. Hoy, la tozudez con que se preserva la Alianza de Civilizaciones zapateril con la Turquía islamista y extraeuropea invita a no bajar la guardia.
Abanderado de la capitulación
David Cameron acierta cuando, al acusar a Snowden, se refiere a "lo que algunos periódicos le ayudan a hacer". Son legión los formadores de opinión que practican el buenismo suicida. Suicida para nuestra civilización. Jeremy Scahill es periodista del semanario estadounidense The Nation y se comporta como un abanderado de la capitulación en la guerra contra el terrorismo. Opina ("La Contra", LV, 17/10):
La fuerza que estoy investigando ahora, JSOC (Mando Conjunto de Operaciones Especiales), es otro tipo de bestia: el ejército oficial de EEUU, una fuerza secreta, asesinos sofisticados sobre los que el Congreso no tiene ningún control y que tienen los recursos que necesitan. (…) Actúan en más de un centenar de países, practicando asesinatos selectivos, lanzando ataques con drones (aviones no tripulados) y misiles, masacrando civiles, raptando individuos. La Administración Bush desplegó estas milicias fantasma, pero es el Nobel de la Paz quien ha ampliado y ha legitimado sus operaciones. (…) Esta guerra contra el terrorismo en la que cabe todo parece un acontecimiento deportivo, no hubo más que ver cómo se celebró la muerte de Ben Laden. Al tercer día de ocupar el cargo, Obama ya ordenó un ataque en el que murieron civiles.
Nuremberg y la Doctrina Parot
Todos los aficionados al buenismo suicida catalogan a Ben Laden como una víctima del juego sucio de los verdugos estadounidenses. Mark Mazzetti, periodista de The New York Times, Premio Pulitzer 2009 y autor de La guerra en las sombras. Cómo la CIA se convirtió en una organización asesina, afirma, en la presentación de este libro cuyo subtítulo deja explícito todo el contenido (LV, 6/10):
Fuerzas militares operando en un país con el que no están en guerra, sin el consenso de su Gobierno, y todo bajo el mando de la CIA.
Ya en mi artículo "Javier Solana, maestro Ciruela" (LD, 18/5/2011) comenté las lamentaciones que derramaron Solana, Noam Chomsky, Adolfo Pérez Esquivel, Ignacio Ramonet y Maruja Torres porque, como escribió Josep Ramoneda (El País, 5/5/2011), no se había aplicado a Ben Laden la norma de que "a los criminales se les detiene y se les entrega a un tribunal para que sean juzgados". Advertí entonces, y advierto ahora, de que si nuestros paladines del buenismo suicida hubieran podido montar en 1945 una campaña fundada sobre sutilezas jurídicas como las que esgrimen contra la guerra antiterrorista los criminales de guerra nazis, fascistas y japoneses no habrían terminado sus días en la horca sino en un lujoso palacete de la Costa Azul.
La legitimidad del Tribunal de Nuremberg ha sido impugnada con razón por demócratas de antecedentes intachables, pero igualmente ejecutó el acto de justicia más portentoso y ejemplar del siglo XX cuando condenó a muerte a los culpables de atrocidades que ningún código penal contemplaba, precisamente porque no tenían precedentes. "Los aliados", explica un historiador, "debían inventar un cuerpo legal que criminalizase los delitos nazis con vigencia retroactiva". Y así se hizo. (¡Ah, qué argumento impecable proporciona la retroactividad de Nuremberg para sustentar la Doctrina Parot!).
Lo más chocante, desde el punto de vista actual, fue la presencia en aquel tribunal, primero como fiscal y después como juez firmante de las penas de muerte, del general soviético Yona Nikitchenko, que había participado en las purgas de disidentes de los años 30 y que, en Nuremberg, atribuyó a los nazis la matanza de oficiales polacos que los comunistas habían perpetrado en Katyn. ¿Los adalides del buenismo suicida también abominarán, por estos detalles nada despreciables, del Tribunal de Nuremberg?
Caravanas de trabajadores esclavos
Vayamos ahora a los drones y las víctimas colaterales. El presidente Barack Obama puso al mundo sobre aviso en el discurso que pronunció al recibir el Premio Nobel de la Paz, en el que aludió –¡atención!– al mortífero auge de los movimientos secesionistas:
Soy comandante en jefe del ejército de un país comprometido en dos guerras. (…) Soy responsable de llevar a miles de jóvenes a un país distante. Algunos matarán. A otros los matarán (…) El terrorismo no es una táctica nueva, pero la tecnología moderna permite que unos cuantos hombres insignificantes con enorme ira asesinen a inocentes en una escala horrorosa. Es más, las guerras entre naciones con (…) frecuencia han sido reemplazadas por guerras en el interior de las naciones. El resurgir de conflictos étnicos o sectarios, el auge de los movimientos secesionistas y las insurgencias, los Estados fallidos, todas estas cosas han atrapado (…) a civiles en un caos interminable. En las guerras, hoy, mueren más civiles que soldados.
Ya abordé el tema en mi artículo "Daños y mentiras colaterales" (LD, 22/3/2011). Si los aliados se hubieran guiado en la Segunda Guerra Mundial por los escrúpulos que predican los catecúmenos del buenismo suicida, hoy los sobrevivientes vencidos estarían desfilando con el paso de la oca en las caravanas de trabajadores esclavos. ¿Daños colaterales? Anthony Beevor recuerda en su libro El Día D y la batalla de Normandía que antes de la invasión los bombardeos aliados ya habían causado la muerte de 15.000 civiles franceses y que después murieron otros 20.000 hasta la liberación de París. A los ingleses les sorprendió descubrir que los bombardeos aliados causaron más muertes entre los civiles franceses que las ocasionadas en Londres por las bombas alemanas durante toda la guerra.
El Tribunal de Nuremberg aplicó una legislación retroactiva para condenar a muerte a los criminales de guerra nazis. La Casa Blanca, cualquiera fuese su ocupante, montó un gigantesco sistema de control para prevenir ataques contra nuestra civilización, aisló en Guantánamo a enemigos potenciales y movilizó a drones y fuerzas especiales para aniquilar yihadistas allí donde los encontrasen. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos facilitó la puesta en libertad de asesinos etarras, asesinos comunes y violadores contumaces con el pretexto de que se les aplicaba –vaya coincidencia– una legislación retroactiva. Visto lo visto, ¿quién defiende mejor los valores de la sociedad abierta y el derecho de los ciudadanos a vivir en paz sin la amenaza permanente de crápulas impunes? La impronta del buenismo suicida da la respuesta.