Soy un devoto lector de las novelas policíacas de Patricia Cornwell, a cuya protagonista, la médica forense Kay Scarpetta, no se le escapa ninguna pista oculta en las vísceras de los cadáveres que examina. Trasladados del campo de la ficción al de la realidad, y de la criminología a la política, admiro por su clarividencia y rigor documental las autopsias que practica Miquel Porta Perales de los sujetos que elige para sus ensayos. Las ha realizado de todas las falacias históricas y culturales del nacionalismo catalán y de los más conspicuos intelectuales encolumnados detrás de este, sin perdonar tampoco a los figurones de la izquierda pura y dura. Ahora hunde su escalpelo en las entrañas del buenismo que fermentó durante los siete años del desgobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, buenismo que fue, a su vez, el caldo de cultivo donde se incubaron las larvas totalitarias que hoy amenazan nuestro sistema de libertades y también la integridad de la nación española.
Focos patógenos
El título del nuevo libro de Porta Perales, que apenas aparecido despertó el interés de José Antonio Zarzalejos (LV, 8/6 y El Confidencial, 9/6), es La orquesta rosa. Explica el autor que la izquierda y el progresismo optaron por desteñirse, decolorarse, después de ir de fracaso en fracaso pese a las sucesivas rectificaciones, reformas, revisiones, redefiniciones, reformulaciones y refundaciones ensayadas durante las últimas décadas:
Del rojo al rosa. Una operación de mercadotecnia ideológica y política para acceder a un mercado que se resiste a comprar mercancías caducadas. En la sociedad del espectáculo, nada mejor que una orquesta rosa que cante las excelencias de la izquierda y satélites. Siguiendo el canon inaugurado por el maestro Monteverdi a finales del siglo XVII, en la orquesta rosa española hay trompetas que anuncian la catástrofe, violonchelos que reproducen un ruido quejoso, clarinetes que pregonan la necesidad de la desobediencia, arpas que invitan a dar un paso al frente en el camino de la liberación nacional, social o personal, y violines que difunden las excelencias de una España gobernada de acuerdo con los principios de la llamada "democracia verdadera". En dicha orquesta, como no podía ser de otra manera, existen también tambores, timbales, bombos, platillos y triángulos para divulgar consignas y acallar cualquier disidencia. De ese espectáculo -directores, inspiradores, compositores, letra, música, ejecutantes, conciertos y propagandistas-, que hubiera hecho las delicias de Guy Debord [autor de La Sociedad del Espectáculo], se habla en este libro.
A continuación, el autor sintetiza los diez puntos de la carta que dirigió a José Luis Rodríguez Zapatero al concluir su septenio, que califica de "negro" a tenor de la herencia legada (Cuadernos de Pensamiento Político, enero-marzo 2012), y en ellos denuncia los focos patógenos que detectó durante la exploración póstuma: populismo, imperialismo doctrinal, ingeniería social deliberada, marketing político, dinámica frentista a través del yudo moral de una izquierda prepotente, irresponsabilidad de tildar cualquier crítica de liberal y antipatriótica, improvisación y sectarismo en la toma de decisiones, política económica hecha a medias y sin convicciones, política internacional repleta de errores y deslices. Y, por fin,
la desvertebración de una nación española que se convierte en un agregado de autonomías -"nacionales" algunas- en que el Estado corre el riesgo de devenir una autonomía de las Comunidades Autónomas en detrimento de la arquitectura constitucional española y la cohesión -política, económica, social y sentimental- interterritorial de España.
Técnica de adoctrinamiento
Para diseccionar "ese imperialismo del bien, llamado buenismo" que impregnó todas las etapas de aquel septenio negro zapaterista, Porta Perales recurre a las definiciones que varios autores suministran en El fraude del buenismo, coordinado por Valentí Puig (FAES, 2005). Y las complementa con un análisis exhaustivo de lo que se esconde detrás de cada una de las manifestaciones de este fraude. Por ejemplo:
Cuando sostengo que el buenismo es un populismo sonriente -hasta ahora conocíamos el populismo campesino, conservador, anarquista, socialista e, incluso, liberal- que deviene un integrismo de rostro humano, afirmo que estamos en presencia de un discurso demagógico -pocas ideas y mucho olfato, la sonrisa como máscara, el diálogo como excusa- que remueve y promueve los sentimientos, las emociones, los temores, los odios y los deseos del pueblo con el objetivo de obtener o conservar el poder. Todo populismo suele requerir unos populistas que reduzcan la infinita complejidad del presente a la simpleza de sus consignas. (…) Cuando sostengo que el buenismo tiene vocación de sustituir la vida política democrática por la política de masas, afirmo que impulsa nuevas formas democráticas -"democracia real", "democracia de calidad", "intervención directa", “democracia participativa”, “ideal contestatario de democracia”, “verdadera democracia” o “gobierno del pueblo”- que pretenden marginar a la democracia formal con las consecuencias democráticas o antidemocráticas que de ello se derivan.
Porta Perales explica cómo el buenismo sustituye las virtudes del diálogo -discurrir, discutir, intercambiar, preguntar, responder, concluir- por una técnica de adoctrinamiento que quiere persuadir -aleccionar, imbuir, inculcar- a quien se aparta del recto camino a seguir. Timo que va acompañado por "un mal uso de la tolerancia":
A veces, la tolerancia necesita ser intolerante. La tolerancia no puede llegar al extremo de tolerar y/o dar cobertura a toda ideología, actitud o conducta intolerante. La tolerancia ha de comprometerse con la defensa de la libertad y la vida digna. La tolerancia que históricamente ha ampliado el abanico de la libertad siempre ha sido intolerante con los enemigos de la libertad.
Panteón de los fracasados
Por las páginas del libro desfilan, una por una, las piezas que interpreta la orquesta rosa, y el autor las va desmenuzando con implacable rigor. No queda títere con cabeza en el tinglado de la corrección política: el derrotismo y el antioccidentalismo disfrazados de pacifismo, el afán de comprender a los terroristas, el multiculturalismo autodestructivo, la discriminación positiva como arma contra el mérito en la escuela y la empresa, el fundamentalismo feminista y su equivalente ecologista, la mitificación del nacionalismo identitario y el desprecio por la iniciativa privada y el derecho de propiedad.
Sobresale, en el texto, la copiosa información sobre los materiales expresamente programados para lavar, o mejor dicho, infectar, el cerebro de los jóvenes y no tan jóvenes. Los manuales de Educación para la Ciudadanía que cita Porta Perales serían más apropiados para dictar cursos infantiles de insumisión antisistema. Y el resto de la bibliografía que investiga está impregnada por los hedores irrespirables de ideologías y regímenes pútridos. Figura nada menos que Marta Harnecker, discípula de aquel alienado Louis Althusser que formó a legiones de peleles intelectuales. Marta Harnecker -compañera del cubano entrenador de guerrilleros latinoamericanos y verdugo de disidentes Manuel Piñeiro, comandante Barbarroja- publicó en 1969 Los conceptos elementales del materialismo histórico, best seller de divulgación marxista, con 66 ediciones en 40 años. Ahora maquilla su mercancía tarada para engatusar a los flamantes incautos y lanza Un mundo a construir (nuevos caminos) con esta dedicatoria:
Al comandante Chávez, cuyas palabras, orientaciones y entrega ejemplar a la causa de los pobres, servirán de brújula para su pueblo y todos los pueblos del mundo y serán nuestro mejor escudo para defendernos de los que pretenden destruir esa maravillosa obra que él empezó a construir.
Por las páginas de La orquesta rosa desfilan personajes más actuales que esta agitadora repescada de las tinieblas estalinistas, pero no menos comprometidos con las ramificaciones totalitarias de la utopía. Aparecen Noam Chomsky, Susan George (cuyo panfleto El Informe Lugano es una parodia anticapitalista de Los Protocolos de los Sabios de Sión), Michael Moore, Stéphane Hessel y, de vuelta en casa, Baltasar Garzón y Federico Mayor Zaragoza, entre otros. Al leer sus nombres pensé en Herbert Marcuse, ídolo, al igual que el alienado Althusser, de los indignados de los años 1960. Sus seguidores creían que dejarían una huella imborrable en la historia del pensamiento. ¿Quién se acuerda de ellos? Eran modas. Modas pasajeras sepultadas por el fracaso del socialismo real. Y en el panteón de los fracasados hay nichos vacantes para los aprendices de caudillos y mesías que hoy afinan sus instrumentos en bandas más desquiciantes que la orquesta rosa. Más desquiciantes porque creen que podrán (Podemos, dicen algunos en castellano y otros en catalán y euskera) degradar esta España civilizada y sus regiones históricas, hundiéndolas hasta convertirlas en republiquetas chavistas desvinculadas de Europa.
Miquel Porta Perales, La orquesta rosa, Gota a Gota, 2014.