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Eduardo Goligorsky

Apenas un sainete

El totalitarismo abarca el nazismo y el comunismo, pero no se circunscribe a ellos. Ambos son las dos ramas más sanguinarias de un árbol muy frondoso.

El totalitarismo abarca el nazismo y el comunismo, pero no se circunscribe a ellos. Ambos son las dos ramas más sanguinarias de un árbol muy frondoso.

El horror que me inspiran las atrocidades que perpetraron el nazismo y el comunismo, en el pasado el primero y hasta hoy el segundo, hace que me rebele cuando la frivolidad o la ignorancia de un polemista lo inducen a trivializar esas aberraciones para utilizarlas como arma arrojadiza contra un adversario cuyas transgresiones son, por comparación, peccata minuta.

Esta ha sido, una vez más, mi reacción al enterarme de que Telemadrid difundió un vídeo que asociaba las imágenes de Hitler y Stalin con las de Artur Mas y Oriol Junqueras. La Wehrmacht, las SS, la Gestapo, las cámaras de gas, el Ejército Rojo, el KGB, el Gulag, la esclavización y aniquilación de millones de seres humanos entran en una categoría del Mal a la cual no pueden acceder simples mortales acuciados por el apetito de poder, las obsesiones identitarias y los tejemanejes y chanchullos del caciquismo aldeano. Si Hitler y Stalin desencadenaron una tragedia de dimensiones cósmicas, Mas y Junqueras sólo están en condiciones de alterar la vida normal de los ciudadanos con crispaciones, fragmentaciones y regresiones efímeras, que pronto quedarán relegadas a una nota al pie de página en los libros de historia. Aquello fue una tragedia. Esto es apenas un sainete. Ni Wehrmacht ni Ejército Rojo. Sólo un remedo de aquella armada Brancaleone que encabezó Vittorio Gassman bajo la dirección de Mario Monicelli (1966).

Lo cual no implica que la armada Brancaleone no disponga de medios para desquiciar la urdimbre social, la economía, la educación y la cultura mientras continúe adueñada de la vida política de Cataluña, monopolizando los medios de comunicación e improvisando simulacros de organismos e instituciones propios de un Estado inexistente. Y es en el sistema endogámico y autoritario que utilizan los secesionistas para producir este desquicio donde deben poner su ojo crítico quienes tienen el deber de preservar los valores de nuestra sociedad.

Gen totalitario

Aparentemente, una vez despojado de su epidermis difamatoria, el programa de Telemadrid –que no llegué a ver pero que sus detractores describieron con lujo de detalles– denunciaba que la campaña secesionista "es una especie de manipulación demoníaca del lenguaje, al estilo de los grandes propagandistas del totalitarismo" (Pilar Rahola dixit, LV, 3/5).Y aquí, si excluimos el epíteto demoníaco, estamos más cerca de la verdad que al practicar comparaciones odiosas con personajes deleznables.

El totalitarismo abarca el nazismo y el comunismo, pero no se circunscribe a ellos. Ambos son las dos ramas más sanguinarias de un árbol muy frondoso. Hay totalitarismos donde la minoría oprime a la mayoría sin llegar al extremo de los campos de concentración, aunque cuenta con un sofisticado aparato de propaganda e intimidación. Hay otros donde la mayoría oprime a la minoría con la ayuda de ese mismo aparato. Es el caso del chavismo y el kirchnerismo. Otro problema se plantea cuando la mayoría, que se cree predestinada a eternizarse en el poder, se convierte en minoría y se niega a reconocerlo. Este parece ser el caso del chavismo y puede sucederle al kirchnerismo.

¿Y el secesionismo catalán? Basta hacer un balance del comportamiento de sus líderes para descubrir su gen totalitario. Valiéndose, precisamente, de "la manipulación del lenguaje, al estilo de los grandes propagandistas del totalitarismo", pretenden hacer pasar por verdades axiomáticas todas las falacias sobre las que descansa su entramado ideológico. Fabrican una historia hecha a su medida; dibujan los territorios que reivindican ciñéndose a premisas tan arbitrarias como cambiantes; imponen el aprendizaje coactivo de una lengua que definen como propia al mismo tiempo que la catalogan como amenazada de desaparición, por lo cual desobedecen las sentencias judiciales y marginan la que habla la mayoría de los ciudadanos; mitifican rasgos identitarios que utilizan para levantar fronteras artificiales; y, sobre todo, anatematizan a quienes no comulgan servilmente con sus dogmas, encuadrándolos en la categoría de los traidores, hasta el punto de que el versátil Josep Antoni Duran Lleida admite que no tiene claro si será candidato en las próximas elecciones porque le "afecta" que en Catalunya le llamen "botifler" (LV, 7/5).

El totalitarismo que contamina a los secesionistas alimenta la ilusión de englobar a toda la sociedad en un movimiento único o, como repite tercamente Mas contra toda evidencia, se propone reclutar una "mayoría excepcional" o "abrumadora" (LV, 7/5). Para ello, convocó a los partidos secesionistas o cómplices del secesionismo a una reunión que se celebró el 6 de mayo en el palacio de la Generalitat, con desprecio totalitario por la neutralidad de la sede del Gobierno. Es que la sede de CiU está embargada y la del Gobierno también podría estarlo, vistas sus deudas. Escribe la subdirectora del somatén mediático, M. Dolores García, cuyo nacionalismo no la ciega a la realidad (LV, 7/5):

Si un gobierno no es capaz de sacar adelante las cuentas en su primer año tras pasar por las urnas, su debilidad queda en evidencia.

Cunde la alarma

Cunde la alarma entre quienes se cobijaron bajo el ala protectora de este totalitarismo fallido. José Antich exhuma los redaños que tuvo para escribir El Virrey (Planeta, 1994) y advierte (LV, 2/5):

No deja de ser chocante que la primera reunión amplia que convoca el Govern –casi sin restricciones, seis partidos, representantes del Consell de Governs Locals, Ayuntamiento de Barcelona y las cuatro diputaciones– no guarde relación con la lucha contra la crisis económica y con la búsqueda de un gran acuerdo catalán para cerrar pactos en esta materia. Los más de 900.000 catalanes que no tienen empleo, según la última Encuesta de Población Activa (EPA) dada a conocer el pasado jueves –el 24,53% de la población en edad de trabajar–, deberían haber sido una alerta suficientemente roja para priorizar una reunión sobre la reactivación económica.

¿Los validos mediáticos se preparan para saltar de la nave en bancarrota? Machaca M. Dolores García (LV, 30/4):

La demagogia la practican todos. El populismo es más peligroso. Se trata de construir un enemigo y proporcionar la salvación. El líder populista enarbola la bandera del "pueblo" como si este fuera un ente homogéneo y de intereses comunes para contraponerlo a un opresor. El mensaje cala en estos tiempos en que la mayoría se siente pueblo subyugado por unos pocos que han favorecido una crisis de la que se saldrán de rositas. Pero no hay que olvidar que el populismo precisa de un enemigo (inmigrantes, plutocracia, el Estado, Europa, el sistema y sus instituciones…). Contiene una semilla destructiva a la que se opone un discurso de redención, una fórmula fácil, resuelvelotodo, pero que quien la pregona sabe que no va a verse en la tesitura de aplicar.

El artículo enumera varios personajes que encajan en el molde, pero al lector atento no se le escapará que tiene delante un retrato fiel del tándem Mas-Junqueras.

Abuso de poder

El totalitarismo, repito, puede ser el instrumento de gobierno de una minoría que oprime a la mayoría, de una mayoría que oprime a la minoría o de una presunta mayoría que lo fue y dejó de serlo, o que nunca lo fue aunque se jactó de serlo, y que se vale de esa presunción para llevarse todo por delante. ¿En cuál de estas categorías se sitúa el secesionismo catalán? Sus voceros y usufructuarios no toleran dudas. Como escribe M. Dolores García, su líder enarbola la bandera del pueblo como si este fuera un ente homogéneo y de intereses comunes. Él y sus acólitos representan a la mayoría, a la inmensa mayoría, a la abrumadora mayoría.

Me he cansado de reiterar, basándome en los resultados electorales y en los estudios demoscópicos de Carles Castro, que los secesionistas no pasan del 36% del censo electoral de Cataluña. Me equivocaba: les atribuía más apoyo del que en realidad tienen. El barómetro autonómico del CIS, realizado entre el 13 de septiembre y el 9 de octubre del 2012, situaba el apoyo al independentismo en el 33,7% de los consultados. Y por si alguien objetara que las encuestas del CIS y mis cálculos y los de Carles Castro están teñidos de españolismo, cedo la palabra a un secesionista puro y duro. Afirma Francesc-Marc Álvaro (LV, 6/5):

En Catalunya se consolida el soberanismo como la minoría más activa y organizada. (…) En Catalunya, el 33,7% es partidario de un Estado catalán, lo cual representa que uno de cada tres catalanes ha asumido con normalidad la propuesta independentista.

Nada más cierto. Cómo no va a ser activa y organizada una minoría a la que la cúpula del poder autonómico estimula y subvenciona con generosidad, un día sí y otro también, desde todos los ámbitos, incluidos los centros de estudio y los medios de comunicación, practicando "una especie de manipulación del lenguaje, al estilo de los grandes propagandistas del totalitarismo". Con un agravante: esa campaña no la paga ese "uno de cada tres catalanes" independentistas a los que alude Álvaro, sino también los otros dos que nos sentimos perjudicados por la iniciativa balcanizadora. Este abuso de poder es típicamente totalitario. Apenas un sainete, pero totalitario.

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