Quienes todavía no conocen la naturaleza exacta del zapaterismo siguen pensando que el Ejecutivo socialista trata desviar la atención del desastre económico en el que ha sumido a España mediante la adopción de medidas ideologizadas y polémicas. El conato de reforma de la Ley de Libertad Religiosa o la nueva Ley del Aborto son dos casos claros de políticas marcadamente sectarias que, en apariencia, buscaban crear una cortina de humo detrás de la que ocultar las vergüenzas del Ejecutivo.
Sin embargo, la hipótesis de que Zapatero les lanza un hueso a los españoles para que, mientras se pelean entre sí, él pueda concentrarse más tranquilamente en resolver los acuciantes problemas económicos no encaja demasiado bien con la realidad. Primero, porque la economía no ha parado de empeorar durante su mandato. Segundo, porque recientemente suspendió la aprobación de la Ley de Libertad Religiosa. ¿Por qué motivo renunciaría a semejante caramelo envenenado si su intención es mantener distraidos a los españoles en cuitas distintas de la economía?
La explicación es más bien otra: lo accesorio para Zapatero siempre ha sido la economía; y, en cambio, la razón de ser de su Gobierno pasa por impulsar la agenda izquierdista en todos los frentes. Lo que de verdad le sobra no es el Ministerio de Igualidad, sino el de Economía; cuestión distinta es que ahora mismo su debilidad política sea tan grande que se haya visto forzado a esconder las funciones de Aído detrás de una secretaría de Estado del mismo modo en que se ha visto compelido a retirar la Ley de Libertad Religiosa.
Esta agenda izquierdista pasa, como ya hemos explicado en numerosas ocasiones, por subvertir las instituciones tradicionales sobre las que se ha desarrollado y prosperado nuestra sociedad: la familia, la nación, el ejército, la Iglesia, el mercado, la lengua o incluso las costumbres. Nada queda fuera de su proyecto ingenieril de tabla rasa, de sus sueños totalitarios por crear un nuevo hombre socialista.
La última de estas ofensivas contra las instituciones la encontramos en la reforma de la Ley del Registo Civil por la cual, en ausencia de acuerdo entre los padres, se suprime la prevalencia del apellido paterno sobre el materno y se la sustituye por el orden alfabético de los apellidos. Se trata de una medida del todo innecesaria, para la que ni mucho menos existía un "clamor social", y que sólo generará nuevos conflictos allí donde no los había. Al fin y al cabo, la tradición ya había resuelto la problemática sobre el orden de los apellidos dando preferencia al paterno.
Podrá parecernos una solución arbitraria, pero no lo es menos que someterse a la "dictadura del alfabeto" y, sobre todo, la cuestión es que no deberíamos tratar de racionalizar la costumbre con la idea de reconstruir las instituciones desde cero para adaptarlas a nuestra particular visión del mundo. Hayek solía decir que la complejidad de las instituciones sociales es tal que los seres humanos ni pueden comprenderlas en su conjunto ni harían bien en tratar de diseñarlas de nuevo, pues esa es la puerta abierta a la planificación total y al socialismo. Para garantizar la libertad bastaba, en opinión del economista y filósofo austriaco, con que –como también pedía Cicerón– nos sometiéramos a las instituciones y les concediéramos una presunción de funcionalidad, por muy absurdas que nos parecieran.
En este caso concreto, la normativa vigente ya concedía un amplio margen a la autonomía de la voluntad, pues los padres podían acordar el orden de los apellidos de su hijo. Además, debería resultar evidente a todo el mundo que la ocurrencia del Ejecutivo, en caso de aplicarse consistentemente, sólo llevará a la extinción de todos aquellos apellidos que, como Zapatero, se encuentran al final del orden alfabético, de modo que según pasen las generaciones los apellidos de toda la ciudadanía exhibirán una tendencia a ir concentrándose en las primeras letras del abecedario hasta el punto de que la función última de los apellidos (distinguir a unas personas de otras) se verá frustrada por entero.
En otras palabras, el Gobierno se ha dirigido a reformar la norma que se aplica por defecto, no para resolver un problema social, sino para crearlo. Pero ésa es precisamente la esencia de Zapatero: la destrucción y reconstrucción de la sociedad sobre sus particulares bases ideológicas; es decir, someter a todos los españoles desde la cuna a la sepultura a sus dogmas socialistas. La economía es sólo un obstáculo en la consecución de su liberticida proyecto político.