Pocas personas quedan hoy en España que no pongan en duda la profunda incompetencia de este Gobierno en todos los ámbitos imaginables. Sólo algún palmero se atreverá a defender que nuestro país atraviesa un momento pujante en su historia y que las perspectivas de futuro son mejores que el pasado dejado atrás. Por desgracia, y pese al desbocado e injustificado optimismo antropológico de sus miembros, la crisis no sólo es económica, sino también nacional, internacional, social y cultural. No queda un ámbito en el que este Gobierno intervenga y donde no se acumulen los errores y los despropósitos.
Hasta el momento, Zapatero y sus ministros habían conseguido mantener a flote su popularidad a través de cuidadosas campañas de imagen. El resultado final de una política era irrelevante con tal de que la foto saliera bien enfocada. No importaban los cuatro millones de parados, sino los enormes carteles del Plan E; no importaba la progresiva e imparable desmembración de la nación española, sino la soledad parlamentaria del PP; no importaba la desorientación y la falta de objetivos de la misión española en Afganistán, sino el apretón de manos con Obama.
Zapatero, y en general el PSOE, siempre han exhibido un dominio mucho mayor sobre las formas que el PP. Estas dos legislaturas se han construido sobre los pies de barro de los golpes de efecto, de la manipulación sistemática y de la demagogia más simple. Pero, por inestable que fuera la base, les resultaron un apoyo suficiente como para ganar dos elecciones generales.
Dentro de esa campaña de marketing político en el que Zapatero siempre ha envuelto su acción de gobierno se incluía, como no podía ser de otro modo, la apropiación de los éxitos del deporte y de los deportistas españoles. No cabe duda de que en los últimos años el deporte español ha florecido en todo su esplendor y de que, por ello, se convirtió en un caramelo demasiado dulce como para que nuestro presidente no tratara de explotarlo en su propio beneficio.
Así, en uno de esos gestos populistas suyos tan característicos, prometió a Emilio Sánchez Vicario, allá por noviembre de 2008, la creación de un Ministerio de Deportes en su próxima remodelación de Gobierno. Prácticamente todos los medios de comunicación –que parece que todavía no eran conscientes de la capacidad de mentir de Zapatero– dieron su constituciones como hecha y algunos incluso celebraron semejante acto de burocratización de la vida deportiva.
Prometido e incumplido, pues a principios de año, con la siguiente remodelación del Gobierno, Zapatero no creó este Ministerio y, en el colmo de los ridículos, llegó a proclamarse ministro de Deportes. Nuestro presidente del Gobierno explicó tan insólita decisión del siguiente modo: "Es la manera más útil y más eficaz de poner en un primer plano el apoyo al deporte español, donde cosechamos éxitos, y sobre todo a la candidatura española en los Juegos Olímpicos".
Y si la candidatura española a los Juegos se esfumó a los pocos meses de que el líder socialista se proclamara uno de sus principales promotores, no parece tampoco que Zapatero esté brindando un gran apoyo a nuestro deporte, aunque, por fortuna, nuestros deportistas no lo necesitan. No otra cosa puede deducirse del desconocimiento más palmario que nuestro ministro de Deportes, a la sazón presidente del Gobierno, ha mostrado sobre alguna de las competiciones en las que precisamente hemos sido más laureados.
Al individualizar el éxito de la Copa Davis en Rafael Nadal, indudablemente un gran tenista, despreció las aportaciones a este triunfo del resto de los componentes del equipo español. Mal puede ayudar un ministro a un deporte si desconoce su más básico funcionamiento.
Pero la metedura de pata de Zapatero, además de mostrar de nuevo la excesiva acumulación de poder en personas que por lo general ni saben ni pueden utilizarlos correctamente, también indica que todas nuestras crisis están terminando por pasar factura al PSOE, que ya ni tan siquiera es capaz de manejar su imagen. El descontento de Ferrer, Ferrero y Verdasco con Zapatero no puede maquillarse de ninguna manera. La desorientación pública del Ejecutivo en todas sus competencias, tampoco. Ni la propaganda les sale bien.