El apretón de manos entre José Luis Rodríguez Zapatero y el vicepresidente de los Estados Unidos en la reunión progresista de Viña del Mar y el anuncio de un encuentro con Barack Obama en la inminente cumbre Unión Europea-Estados Unidos de Praga podría marcar el inicio del fin de la política de desaires que ha caracterizado la relación del Gobierno de España con Washington desde que el PSOE recuperase el poder en 2004.
América Latina, y en especial la situación de países como Venezuela y Ecuador, y las energías renovables, un sector que el presidente norteamericano pretende usar como motor de la recuperación económica de su país, son los temas que ambos dirigentes tratarán en una entrevista que esperamos normalice unas relaciones gravemente dañadas por el radicalismo pueril y el antiamericanismo bobalicón de los que hasta ahora ha hecho gala del presidente del Gobierno.
Muchas son las afrentas gratuitas consumadas por Rodríguez Zapatero contra los norteamericanos desde aquel 12 de octubre de 2003 cuando, llevado por el electoralismo, se negó a levantarse al paso de la bandera de los EE.UU. en el desfile de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, lejos de exigir una rectificación, la administración Obama, empeñada en transmitir una imagen de cordialidad y cooperación con el resto del mundo, ha optado por pasar página y facilitar al dirigente español su ansiada foto con el presidente.
Por otra parte, poco cabe esperar de un encuentro que obviará asuntos cruciales España como son la apertura de los EE.UU. a los productos y empresas españolas, cuyas exportaciones a ese país se han estancado en los últimos años, y el reforzamiento de la colaboración en la lucha contra el terrorismo. Además, es probable que el presunto papel de España como mediador entre Washington y los gobiernos nacional-populistas de Caracas y Quito no se verifique en ninguna medida concreta debido al apoyo socialista a Hugo Chávez y Rafael Correa y a la paulatina pérdida de influencia de nuestro país en esa región del mundo fruto de la indolencia de Rodríguez Zapatero a la hora de defender los intereses nacionales en el extranjero.
Durante la pasada campaña electoral presidencial, la mala relación del entonces presidente George W. Bush con el Gobierno de España fue utilizada por Barack Obama para ilustrar lo que a su juicio constituía el mayor error de la gestión exterior de su predecesor, el alejamiento de sus aliados europeos. Por tanto, su encuentro con Rodríguez Zapatero se inscribe en hábil política de relaciones públicas que pretende convertir al actual inquilino de la Casa Blanca en una figura amable y dialogante a pesar de su preocupante tendencia a favorecer el nacionalismo económico y el proteccionismo.
En vez de complacerse con una instantánea que añadir a su álbum, el presidente del Gobierno debe plantear su entrevista con Barack Obama como una oportunidad para lograr una mayor penetración de los bienes y servicios españoles en el mercado norteamericano, uno de los más importantes para la economía nacional. Sin embargo, no parece que la administración norteamericana esté dispuesta a ello. A Obama le basta con una foto. Mucho nos tememos que a Zapatero también.