Acaba de comenzar oficialmente la campaña de las elecciones europeas. Unos comicios que, una vez más, no hablarán de lo que deberían. Precisamente esta semana el Grupo de Estudios Estratégicos (GEES) ha publicado un duro informe contra la decadencia de Europa. En él se desgranan los problemas a los que se enfrentan todas las sociedades europeas, problemas que, tomados aisladamente, parecen perfecta y hasta fácilmente solucionables, pero que en conjunto se refuerzan unos a otros y muestran un panorama aterrador del futuro de nuestro continente.
Europa debe escoger. Puede continuar instalada en el relativismo, en el todo vale. Puede continuar poniendo una red de protección a todo tipo de conductas sin importar si son buenas o malas, fomentando una libertad sin su necesario complemento, la responsabilidad. Puede enfrentarse con la intolerancia del islamismo que está incubando en sus fronteras, y que ya ha expresado su odio a Occidente y su intención de acabar con nuestras libertades en múltiples ocasiones, y no sólo con atentados. O puede comenzar a huir de este modelo, que nos ha hecho separarnos de otras sociedades occidentales más sanas, como Estados Unidos o Israel, y ha fomentado de hecho el odio a quienes se han limitado a continuar siendo lo que nosotros mismos éramos hace cincuenta años.
Sin embargo, este debate estará completamente ausente en la campaña. Es precisamente ese pensamiento débil que está en la raíz de los peores problemas de Europa lo que convertiría una discusión en estos términos en algo absurdo para algunos y herético para otros. Por otra parte, el diseño institucional de la Unión Europea convierte al único órgano cuyos miembros pueden elegir los europeos en el de menor peso a la hora de tomar decisiones. Así, ausentes de estas elecciones tanto el debate sobre los problemas europeos como cualquier posibilidad de optar por una solución con nuestro voto, resulta casi natural que la campaña se centre en España y sus resultados se terminen interpretando en clave nacional.
Ha sido el PSOE quien ha abierto la veda con un vídeo electoral que poco tiene que envidiar a aquel dóberman que sacó Felipe González en 1996 para aterrar a los votantes con el viejo cuento de que viene la derecha comeniños. Un vídeo con el que pretende tapar su propio radicalismo inventándose otro de signo contrario al que poder criticar a placer. Un vídeo cuyo eslogan, después de mostrar a sus caricaturas, termina diciendo que el problema "no es lo que piensan, sino lo que van a votar", con lo que dejan claro que, efectivamente, lo que le importa a los socialistas no son las ideas, sino el poder.
La respuesta del PP no ha estado a la altura. Han querido dejar claro que ellos no van a descalificar a sus adversarios y que van a basar su campaña en sus propuestas. Pero, ¿qué propuestas? El Partido Popular no se ha atrevido siquiera a mojarse en aquello en que han decidido dedicar toda su labor de oposición: la crisis económica. Permanece empeñado en criticar al Gobierno sin ofrecer una alternativa real. Pareciera que sólo Esperanza Aguirre, con sus rebajas de impuestos, es capaz de recordar a los electores que hay otra forma de hacer las cosas. Desgraciadamente, Génova se limita a proponer medidas que no suponen un cambio de verdad. La razón es el miedo arriolista a movilizar al electorado de izquierdas. Pero corre el riesgo de no ser capaz de ilusionar al propio o, incluso, de llevarlo a otras opciones como UPyD, que no tiene ningún problema en defender muchas de las posiciones tradicionales de la derecha social.
Así pues, el panorama de estas elecciones, sin debate realmente europeo y con una contienda nacional de muy bajo nivel, parece anticipar que la participación volverá a ser ridículamente baja. Serán unos comicios cuya única motivación va a ser enviar un mensaje, ya sea contra Zapatero o contra Rajoy. A eso se reduce ese sueño de la construcción europea.