Tras las últimas revelaciones sobre las andanzas financieras del extesorero del Partido Popular y su gestión al frente de las cuentas del partido, la intervención de Mariano Rajoy en el congreso de representantes municipales del PP, este sábado en Almería, había levantado una expectación más que notable. Algo de lo más lógico porque, a estas alturas del escándalo desatado por la conducta de Luis Bárcenas, no estamos solamente ante la existencia constatada de un enriquecimiento de origen más que dudoso, sino también de la imputación generalizada de conductas corruptas a la cúpula del partido actualmente al frente del gobierno de España, de once de sus diecisiete comunidades autónomas y de la mayoría de sus instituciones locales.
Según las revelaciones que los medios de comunicación han venido desgranando en los dos últimos días, el Partido Popular podría haber estado entregando fuertes sumas de dinero a sus altos cargos a espaldas de la contabilidad oficial y la Hacienda Pública española. Esta política de retribuciones ilícitas se podría haber estado repitiendo durante la mayor parte de los veinte años que el ex tesorero del PP ha estado al frente de las finanzas del partido.
Es cierto que se trata de filtraciones interesadas procedentes del entorno del acusado con fines evidentes, pero aun así las acusaciones son de tal calado que habrían exigido una respuesta de Rajoy mucho más contundente que la que ha ofrecido en su primera intervención pública desde que estalló el escándalo.
El presidente del gobierno y del Partido Popular realizó una defensa encendida de la honradez generalizada de la inmensa mayoría de los cargos municipales y confió en la palabra de los tres últimos secretarios generales del partido, que han negado cualquier imputación sobre la presunta existencia de una trama de sobresueldos. Sobre lo primero, habría que explicarle a Rajoy que nadie ha puesto en cuestión la rectitud de los concejales de los pequeños municipios diseminados por España, por lo que la defensa de su dignidad no era necesaria. Por otro lado, lo que los cargos del Partido Popular presentes en el acto, sus afiliados en toda España y la sociedad en general esperaba escuchar del Presidente del Gobierno no era una referencia a las afirmaciones de sus subordinados, sino una aclaración contundente en primera persona sobre el alcance de las acusaciones formuladas hasta la fecha. Acebes, Arenas y ahora María Dolores de Cospedal estaban ahí cuando Bárcenas supuestamente cometía sus irregularidades, pero Mariano Rajoy también y, además, en lugar preeminente al de todos ellos, por lo que cualquier cosa que ellos supiesen forzosamente también tenía que ser conocida por el actual Presidente.
Rajoy perdió la oportunidad de aclarar con un discurso contundente todas las sospechas que hoy se ciernen sobre el Partido Popular. En su lugar apeló a lugares comunes, ofreciendo la sensación de que ni siquiera él está seguro de que no haya algo de verdad en todo lo que hasta ahora ha sido denunciado. Si lo que quería era tranquilizar a una sociedad escandalizada por la corrupción de la clase política, su lamentable intervención sirvió más bien para todo lo contrario.