Pocas cumbres internacionales han estado tan llamadas al fracaso antes de comenzar como la que se ha iniciado en Copenhague dedicada al cambio climático. La primera y más importante "contaminación" de partida es de índole intelectual y no es otra que la delimitación misma del "problema" que la convoca. El escándalo del llamado "climategate" y la constatación de la falsedad de los datos sobre los que se han edificado todas las teorías alarmistas en torno al cambio climático deberían haber servido para que la comunidad internacional se dejara de plantear "soluciones" y abrir, en su lugar, un debate, lo más claro y científico posible, sobre la existencia misma del problema y su alcance.
Es evidente que el clima cambia a lo largo de los años en distintas épocas de la historia. La cuestión es asignar inequívocamente cuál es el cambio que esta experimentando la tierra en su conjunto, qué grado de responsabilidad tiene en él el hombre, qué efectos perjudiciales para la humanidad puede ocasionar y, sólo entonces, ver qué medidas son eficaces para combatirlos. Digan lo que digan los profetas del Apocalipsis, la comunidad científica esta lejos de haber alcanzado un consenso sobre ninguna de estas cuestiones, por lo que difícilmente se puede llegar a un acuerdo sobre sus soluciones.
Otra contaminación es de índole práctica. A juzgar por la eficacia de la Cumbre anterior en Kioto, cuyos acuerdos ningún país ha cumplido, se entiende todavía más el escepticismo ante lo que vayan a hacer ahora las grandes potencias y los países emergentes para reducir la emisión de gases invernadero, lo que exige una gigantesca cadena de transformaciones industriales, económicas, sociales, políticas y de hábitos de carácter global. Más aun si antes ya de empezar los dos países que generan más de un tercio de la contaminación, Estados Unidos y China, hacen trampas sobre sus propios compromisos. Así, el anuncio de Estados Unidos de una reducción del 17 por ciento de las emisiones, toma como referencia el año 2005 y no, como el resto el año 1990, con lo cual el porcentaje baja a un 3 por ciento, y eso sí se cumple. Al referenciar la reducción de emisiones a la renta per cápita, China tambien burla las cifras reales, dado el fuerte crecimiento de su economía. De hecho, el representante chino, más que a adquirir compromisos, lo que ha dedicado sus primeras intervenciones es a arremeter contra los países más desarrollados, quienes deben recortar sus emisiones contaminantes dada su "responsabilidad histórica" como causantes del supuesto cambio climático. Con este panorama no hay que extrañarse de que grandes países emergentes como Brasil o India se nieguen a ser los paganos de una hoja de ruta que nadie parece dispuesto a cumplir.
A la luz de lo que ha publicado y denunciado por The Daily Telegraph, no nos podemos olvidar de otra "contaminación" que padece la cumbre, esta de índole moral, y es ver cómo sus organizadores y protagonistas no predican precisamente con el ejemplo. Y es que según ha desvelado este diario, la cumbre estrella que dice luchar contra el supuesto cambio climático generará tanto dióxido de carbono como una ciudad de 200.000 personas. Más de 1.200 limusinas, 140 jets privados y los mejores hoteles y restaurantes de la ciudad estarán a disposición de estos salvadores del planeta y sus recomendaciones para tener una economía y un medio ambiente sostenibles.
Lo malo de todos estos fastos a cargo del contribuyente es que no se reducen a esto. Aunque no haya una unanimidad y certeza científica sobre el problema que los convoca, y aunque menos aun haya un acuerdo y unos compromisos que cumplir, la excusa del cambio climático está sirviendo desde hace muchos años para que los políticos no sólo suban los impuestos a los contribuyentes, sino también para regular y encarecer sus hábitos de vida. Y es que lo que no cambia son las pulsiones del poder para someter a los ciudadanos. Lo que sí cambia, y poco, son sus excusas.