Los esfuerzos de la Casa Real para desactivar el revuelo causado con la publicación del libro de Pilar Urbano sobre el 23-F no han podido ser llevados a cabo de peor manera. En el Palacio de la Zarzuela han considerado que un documento suscrito por nueve colaboradores de Adolfo Suárez y su hijo mayor iba a desmontar las sospechas sobre la implicación del Rey en la llamada "Operación Armada", que finalmente desembocó en la astracanada del asalto al Congreso de los Diputados protagonizado por Tejero. Sin embargo, los tres puntos en que se fundamenta el citado documento constituyen una falsedad, adornada con dos comentarios irrelevantes sobre la cuestión esencial acerca del verdadero papel del Rey en ese golpe de timón, que implicaba la salida de Suárez de La Moncloa y la constitución de un Gobierno de Concentración, con representantes de las principales fuerzas parlamentarias presidido, por un militar.
En contra de lo que el presunto desmentido afirma en su primer apartado, es imposible que el Rey fuera ajeno a los planes del General Armada a tenor de las numerosas reuniones mantenidas por ambos, documentadas fehacientemente, que arrancan a comienzos de julio de 1980, siete meses antes del intento de Golpe de Estado. El interés del Rey por traer a Madrid al General Armada de su destino en Lérida y los encuentros de ambos prácticamente a diario en las fechas inmediatas al 23-F son igualmente incuestionables. Lo mismo cabe decir de los contactos de Armada con representantes de las principales fuerzas políticas, con Enrique Mújica en papel destacado en representación del PSOE, cuyo Secretario General, Felipe González, iba a convertirse en vicepresidente del Gobierno de unidad previsto en esa conjura esencialmente palaciega. Calvo Sotelo se postula entonces como sustituto de Armada para presidir el futuro Ejecutivo y dar un mejor encaje constitucional a la operación, pero esa es una variante sobrevenida sobre el plan inicial que contó, sin la menor duda, con el conocimiento del Rey y el apoyo de la clase política del momento, cuyo resentimiento contra Adolfo Suárez se ponía de manifiesto a diario con la mayor crudeza. Pero es que, además, si el Rey ignoraba los manejos de Armada, ¿por qué le prohibió entonces explicar el contenido de las frecuentes conversaciones entre ambos en el Juicio de Campamento seguido contra el General y el resto de implicados en el intento de Golpe de Estado?
Con esta evidentísima falsedad en el punto central del comunicado el valor probatorio del documento queda desmontado por completo. Tal vez por ello los colaboradores de Suárez se adornan a continuación con dos afirmaciones supuestamente tajantes sobre la intentona de Tejero que, como resulta evidente a poco que se atienda al curso de los hechos, no es más que el desenlace chusco de una operación de mucho más calado que el Teniente Coronel ni es capaz de comprender y hace fracasar con su empecinamiento.
El desmentido respaldado por la Casa Real pretende también salir al paso de las afirmaciones del libro de Pilar Urbano acerca de las malas relaciones entre el Rey y Suárez, destacando "la lealtad, el respeto recíproco en lo institucional" y la "amistad sincera y profunda" entre ambos. Sin embargo, el propio Adolfo Suárez dejó constancia de sus diferencias con el Rey en conversaciones posteriores con personas de de su confianza, como Luis Herrero. Más allá de la literalidad de los textuales empleados por Pilar Urbano para su relato, más o menos novelado, ese duro enfrentamiento entre el Rey y Adolfo Suárez los meses previos al golpe existió.
Si algo queda demostrado en todos los sucesos ocurridos en el inicio convulso del año 1981 es la lealtad de Adolfo Suárez a la Constitución y la democracia, enfrentándose al Rey y a la clase política del momento. Suárez era presidente por elección de los ciudadanos españoles y en tal calidad tenía no sólo el derecho, sino también la obligación, de dirigir la política del país al frente del Gobierno de la nación. Sorprende por tanto que su propio hijo se haya prestado a este linchamiento de Pilar Urbano, cuyo libro exalta la figura política de Suárez, su lealtad y sus convicciones democráticas, tal y como el pueblo español ha reconocido abrumadoramente en los actos organizados para honrar la memoria del primer presidente democrático de España con motivo de su fallecimiento.