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EDITORIAL

Trini se estrena con un desatino

Debe de ir inscrito en alguna parte del código genético de los Gobiernos de Zapatero una lenidad extrema con los déspotas caribeños. No tiene otra explicación sino la lamentable actitud de nuestro Ministerio de Exteriores hacia el castrismo.

Mal empieza la nueva ministra de Asuntos Exteriores. Si pretendía hacer una demostración de continuismo con la infame política de su antecesor, lo ha conseguido de pleno apelando al diálogo con la dictadura castrista ante la Unión Europea. Esta vieja demanda de Moratinos, sumada a la del levantamiento de las sanciones por parte de los Veintisiete, es el programa máximo del socialismo español en lo que a política cubana se refiere. A cambio el régimen de los Castro poco o muy poco ofrece. Alguna que otra excarcelación y vagas promesas de reforma que nunca se materializan en nada concreto.

Con esto y con mucho menos el Gobierno español se da por satisfecho. Desde que llegó al poder hace más de seis años, Zapatero ha impreso un toque muy personal a las relaciones con Cuba que, tratando de "normalizarlas", las ha llevado a extremos totalmente absurdos como la reciente crisis de los refugiados por la que supo pasar de puntillas para que no le salpicase. Esta tolerancia absoluta con los desmanes del tirano se ha cobrado, por de pronto, la dignidad de disidentes que, como Guillermo Fariñas, premio Sajarov del Parlamento Europeo, nada tienen que agradecer al Gobierno español y mucho que reprocharle.

Trinidad Jiménez tenía la oportunidad de dar un golpe de timón y arreglar en lo posible el monumental desaguisado diplomático que ha recibido como herencia. Pero, lejos de matizar la postura española y devolver el asunto a los cauces normales, se ha reafirmado en los atavismos procastristas propios de Moratinos. Debe de ir inscrito en alguna parte del código genético de los gobiernos de Zapatero una lenidad extrema con los déspotas caribeños. No tiene otra explicación sino la lamentable actitud de nuestro Ministerio de Exteriores hacia una de las dictaduras más abominables de todo el mundo.

Y no hay lugar a equívocos. España debe esforzarse en mantener y fortalecer los lazos con Cuba, nación hermana que lucha desde hace medio siglo por su libertad, pero extremar las precauciones hacia su Gobierno, una tiranía comunista de la peor especie que tiene secuestrado el país mediante el uso y el abuso de la violencia y la coacción en todos los ámbitos de la vida. Esa debe de ser la principal preocupación de nuestros ministros de Exteriores y no ejercer de portavoces oficiosos de los hermanos Castro y su odioso régimen dictatorial.

La Posición Común europea no debe variar un ápice mientras en Cuba no se abra un auténtico proceso democratizador en el que concurran todos los cubanos sin importar la filiación política o ideológica, incluyendo, claro está, a la inmensa Cuba errante que vive repartida por el mundo en un interminable exilio. Esa es la única política cubana que una democracia europea puede permitirse. El resto es simple y llana traición a la Cuba que sufre la dictadura disfrazándolo de juegos florales.

Jiménez no se hace ningún favor hablando en nombre de los Castro, tampoco nos lo hace a los españoles, a quienes representa, y, por supuesto, cada vez que pide diálogo con el verdugo propina una dolorosa puñalada por la espalda a los dos millones largos de desterrados y al creciente número de disidentes que viven dentro de la isla.

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