El discurso de Rajoy del pasado sábado ha marcado el inicio del curso político, más difuso que en años anteriores, después de de un mes de agosto con mucha más actividad política de lo habitual, incluyendo la comparecencia de Rajoy para hablar de Bárcenas. Además, con Rajoy esta fecha no está tan ritualizada como con presidentes anteriores. Algo que es de agradecer, después de presenciar los bochornosos espectáculos que portagonizaban Zapatero y su séquito, disfrazados de obreros, puño en alto, en Rodiezmo.
Sea como fuere, este lunes el país retoma la actividad tras el parón vacacional y, para bien o para mal, también lo harán los políticos y las instituciones. De las palabras de Rajoy se desprende que no piensa cambiar nada de su peculiar estilo de afrontar los problemas o, mejor dicho, de no afrontarlos. Si bien es cierto, como se encargan de recordar sus palmeros día sí, día también, a Rajoy no le ha ido mal en estos años con su particular forma de hacer las cosas, en los últimos años las cosas han cambiado sensiblemente tanto para el partido como, lo que es más importante, para la Nación.
El estallido del caso Bárcenas y la pésima gestión del mismo, que se ha movido entre el silencio, la mentira y la chapuza, han colocado al partido en una situación límite. Sin embargo no hemos escuchado de boca del presidente ni una sola palabra de regeneración o la menor voluntad de cambiar las cosas. De hecho, mantiene la confianza en Javier Arenas, señalado ya por muchos de sus compañeros. Conviene recordar que Rajoy participó activamente, junto con Arenas, en el pacto que el partido alcanzó con Bárcenas.
Rajoy ha sabido manejar el poder del aparato para sepultar cualquier vestigio de democracia interna y ejercer un control absoluto sobre todas estructuras de poder. Y ese es precisamente el problema. El PP no necesita solo un cambio de caras sino una cambio radical en su forma de funcionamiento. Lo que implica un imposible, en estos momentos: que el aparato renuncie a su inmenso poder.
Pero la política del avestruz practicada por Rajoy ha sido especialmente nefasta en el principal problema que tiene España y que el Gobierno se niega a ver: la supervivencia misma de la Nación. A la vista está el resultado. Cataluña, más cerca de la secesión cada día que pasa, con un referéndum anunciado y previsto para dentro de un año, sin que se conozca estrategia alguna del Gobierno. Y en el País Vasco, la desaparición del PP, después de que el propio Rajoy echase del partido a María San Gil y aniquilase el partido, y la ausencia de una política clara, más allá de continuar con la herencia de Zapatero, ha propiciado que la ETA y sus amigos del PNV controlen las instituciones sin ninguna oposición.
Si con este panorama, Rajoy no ve motivos para "distraerse", nada bueno podemos esperar del año político que hoy comienza.