Debemos reconocer que, en su primer gran acto político, Susana Díaz ha empeorado, si cabe, las pésimas expectativas que había suscitado su designación, vía dedazo, como mandamás del régimen socialista que padece Andalucía desde hace más de 30 años.
De su trayectoria sabemos que tardó más de diez años en terminar la carrera de Derecho, por lo que suponemos que dedicó la mayor parte de su tiempo a las intrigas partidistas que le han permitido trepar hasta nada menos que la Presidencia de la Junta. No se le conoce otro oficio que no sea el de político profesional, un caso paradigmático de la nueva generación de gobernantes nacidos y criados en la casta partitocrática.
Tan ocupada ha estado en medrar que, al parecer, no le ha quedado tiempo para adquirir un nivel de cultura general aceptable para las huestes del socialismo andaluz, donde el listón no está precisamente alto (ahí están los casos de Magdalena Álvarez, Carmen Calvo o Bibiana Aído, por citar sólo algunos). Cuentan que su mentor, José Antonio Griñán, ha intentado en el último año civilizar a su pupila recomendándole un par de libros y varias películas, amén de un cursillo de inglés. Sin embargo, tan loable esfuerzo no ha tenido un gran resultado, a tenor de lo visto y oído en el Parlamento andaluz este miércoles. Puede que nos sorprenda con un inglés con perfecto acento british, pero, francamente no lo esperamos.
Su discurso, tan vacuo como grandilocuente, ha alcanzado un grado de cinismo e hipocresía que resulta insultante para cualquier persona con un mínimo de discernimiento. En estos casos solo cabe preguntarse si los políticos piensan que los ciudadanos somos imbéciles.
No es de recibo, ni muchos menos creíble, que alguien sienta "vergüenza" de la corrupción cuando hereda el poder de un régimen como el del PSOE andaluz, nido de clientelismo y latrocinio sin paragón en Europa, con permiso de Cataluña. Que lo diga sin mencionar los ERE, Invercaria o Mercasevilla es una tomadura de pelo, cuando ella llega el cargo para que Griñán huya al Senado y eluda, gracias al aforamiento, la acción de la Justicia. Los lamentos por "el descrédito de la política" y su apelación a la "regeneración democrática", después de llegar al poder sin pasar por las urnas y mediante unas primarias amañadas por el aparato del partido, son de una cara dura que roza lo delictivo, en términos morales.
Además, Susana Díaz se ha despachado con ocurrencias, por no decir payasadas, como la creación de "de un índice de desigualdades porque un gobernante no puede estar pendiente solo del IBEX 35". Tendría gracia si quien lo dice no fuese responsable, como miembro del PSOE, de llevar Andalucía a casi un 40% de paro. Conviene recordar que Susana Díaz será investida con el apoyo de Izquierda Unida, partido que algunos se empeñan en poner como ejemplo de regeneración.
Semejante panorama exige de los partidos de la oposición, PP y UPyD, que den la batalla, de verdad, sin descanso para rescatar Andalucía del desastre. Porque, no lo olvidemos, todo lo malo es susceptible de empeorar. Susana Díaz es la prueba.