La expectación ante la posibilidad cada vez más cercana de unas nuevas elecciones y los mensajes continuos de unidad en torno a Mariano Rajoy apenas pueden ya ocultar la tremenda batalla por el poder que se dirime en el Partido Popular. Los últimos movimientos político-policíacos, que han desembocado en la detención ilegal de un alcalde del PP, el sucio ataque contra el presidente de la formación y la dimisión forzada del ministro de Industria dan la medida de hasta dónde llega la lucha.
Detrás de esta estrategia suicida del PP, precisamente en uno de los momentos más críticos del partido desde su fundación, es imposible no ver la mano de la todopoderosa vicepresidenta del Gobierno, una política con nulo predicamento entre la militancia que, precisamente por eso, parece dispuesta a dinamitar la formación en la que ha hecho carrera con tal de heredar lo que quede tras la desastrosa gestión de Rajoy.
La vicepresidenta se distingue en términos ideológicos por su oportunismo despiadado y una carencia absoluta de escrúpulos. La camarilla de la que se ha rodeado comparte con ella el desdén por los principios clásicos del PP, que sus votantes añoran cada vez con mayor intensidad, a tenor de los últimos varapalos electorales sufridos por los populares.
Sáez de Santamaría es también la responsable directa de la política del Gobierno en materia de medios de comunicación, que tiene en la concentración de la oferta audiovisual en manos hostiles al PP y la salvación in extremis del grupo Prisa dos de sus principales jalones. Las decisiones de la vicepresidenta en terreno tan sensible han dañado, tal vez de manera irreversible, las posibilidades de que la derecha sociológica que vota a su partido cuente con un mínimo tratamiento respetuoso en los principales medios nacionales. A cambio, SSS se convierte en la principal valedora de estos grupos mediáticos, cuya lealtad interesada se ha garantizado a costa de perjudicar a los votantes de su partido y de poner en riesgo la propia estabilidad del país.
El PP se enfrenta a un dilema del que puede depender su propia supervivencia. O abre un proceso de refundación ideológica, con un congreso abierto a la militancia, o el sorayismo se hace definitivamente con las riendas. Lo primero puede devolver al PP el vigor político que ha ido perdiendo en estos últimos cuatro años. Lo segundo sería, con seguridad, la antesala de su completa destrucción.