Parece algo bastante peor que una broma que una formación radicalmente antisistema como la CUP, que tantas fobias comparte con el terrorismo islámico y que jamás ha condenado un solo atentado de la ETA, trate de endosar las responsabilidades por la matanza de Barcelona al capitalismo, al Rey o al presidente del Gobierno. Otro tanto podría decirse de que, tal y como ha señalado la líder de Ciudadanos en Cataluña, Inés Arrimadas, la batasunesca CUP pretenda ser la que dictamine "dónde tiene que ponerse cada uno en la manifestación contra el terrorismo", en referencia a la negativa de los ultras a que Don Felipe o Rajoy acudan y, naturalmente, encabecen la que tendrá lugar el próximo sábado.
Lo peor, sin embargo, y tal y como señala la propia Arrimadas, es que este partido totalitario, enemigo furioso de las libertades, sea el que marque la agenda política en Cataluña. Precisamente para tratar de encubrir este hecho y de desmarcarse de las barbaridades que los cabecillas de la CUP evacuan a diario sobre los más diversos temas, la coordinadora general del PDeCAT, Marta Pascal, ha declarado que tras la celebración de la ilegal consulta secesionista del 1-O romperán su alianza de gobierno con los batasunos del Principado.
Resulta, en cualquier caso, otra broma de pésimo gusto que la antigua Convergencia pretenda dar ahora una imagen de moderación anunciando que romperá con los ultras después de haber perpetrado con ellos un atentado al orden constitucional tan grave como el 1-O.
Es cierto que los de la CUP no paran de exigir. Quieren ya la mal llamada ley del referéndum y que se vote la no menos ilegal ley de transitoriedad jurídica, parte de cuyo contenido ya han desvelado, para gran malestar del PDeCAT. Ahora bien, el hecho de que a los antiguos convergentes les molesten las barrabasadas, la impaciencia y el afán de protagonismo de sus socios no implica la menor apuesta por la moderación ni cambio alguno en su acción de gobierno.
Que la representante del PDeCAT asegure que a partir del 2 de octubre este partido "no hará nada más" con la CUP no tiene más valor que el que tiene el hipócrita disimulo del hecho de que el Gobierno de Puigdemont no ha tenido y sigue sin tener otro programa de gobierno que el de arrastrar a las instituciones autonómicas catalanas a la ilegalidad. A ello hay que añadir que, tras perpetrar el referéndum, el Ejecutivo de Puigdemont está abocado a convocar nuevas elecciones; y es lógico que, ante el horizonte de una nueva campaña electoral, las distintas formaciones marquen distancias unas de las otras.
Lo que a estas alturas debería resultar evidente es que los antiguos convergentes, más que rehenes de unos fanáticos que ellos mismos eligieron como socios de gobierno, son los responsables de convertir al propio PDeCat en un partido antisistema volcado en la consecución de la secesión. Que a esta banda burguesa y conservadora le asusten ahora sus malas compañías no la convierte en mejor, sólo en más hipócrita. Y que de esta deriva vayan a seguir sacando más tajada los que llevan a gala su radicalidad antisistema que aquellos que la disimulan es algo que se podrá comprobar tan pronto el PDeCAT, Esquerra y la CUP se presenten, evidentemente por separado, a unos nuevos comicios.