Ningún otro presidente del Gobierno en tres décadas largas de democracia se había desgastado tanto en una legislatura. Ni Adolfo Suárez, ni Felipe González ni, naturalmente, José María Aznar esperaron a que estallase un clamor popular para que convocasen elecciones anticipadas. El primero no tuvo la oportunidad ya que dimitió menos de dos años después de haber sido elegido en las generales de 1979. El segundo anticipó en varias ocasiones hasta el punto de que no completó ninguna de sus cuatro legislaturas. Aznar, por último, cuadró a la perfección dos mandatos de cuatro años exactos.
Zapatero, que recogió en marzo de 2008 los frutos de una primera legislatura triunfal, hace tiempo que dilapidó todo su crédito político y se encuentra literalmente acorralado. Ni sus aliados ni sus adversarios le quieren en Moncloa ni un solo minuto más. Y no sólo eso, sus propios compañeros de partido han empezado a estrechar peligrosamente el cerco del que un día fue líder providencial a cuya sombra todos se acogían.
Las señales no pueden ser más claras. A estas alturas el socialismo mediático y el político claman por la convocatoria electoral. Tienen ya candidato y hasta un programa más o menos esbozado con el que tratar de revalidar la mayoría en las cámaras. El futuro del socialismo español pasa por la figura de Rubalcaba y por la de su terminal mediática preferida: el Grupo Prisa, que ha pasado las de Caín durante el zapaterismo por culpa de las aprietos en los que le han situado algunos de los colaboradores más cercanos al presidente.
Los desafíos que encara el proyecto Rubalcaba van, sin embargo, mucho más allá que una trifulca entre medios de comunicación que buscan la cercanía del poder. Zapatero ha dejado al país en la ruina. Los españoles ya no se preocupan tanto de poder comprarse un piso como de sortear la cola del paro. España ha despilfarrado el prestigio internacional que un día tuvo en inanes aventuras como la de la alianza de civilizaciones, nada en el descrédito y coquetea cada pocas semanas con la bancarrota.
Para colmo de males, la fractura es también interna. La "España Plural" de la que alardeaba el zapaterismo temprano ha derivado en discordia intestina, perfectamente verificable en leyes como la de la memoria histórica o el Estatuto de Cataluña. Y todo lo anterior con el trasfondo de la rendición ante la ETA, materializada en las candidaturas de Bildu que recientemente se han apoderado de muchos ayuntamientos vascos y navarros.
El panorama no puede ser más desalentador. El pesimismo es generalizado y la mengua en las esperanzas que los ciudadanos tienen depositadas en el futuro es más que evidente. A Zapatero no le quedan muchas más opciones que tirar de una vez la toalla y escuchar la voluntad mayoritaria de un país exhausto. Rubalcaba, hasta ayer su ministro plenipotenciario, quiere ya que le den la alternativa, tiene prisa por demostrar que él puede darle la vuelta a las encuestas. Por primera vez en más de diez años Zapatero está sólo. Ha llegado la hora de que se quiera dar por enterado.