En este momento de tanta confusión, en el que tanto se habla del PSOE y de su bagaje histórico, convendría pararse y reflexionar sobre el verdadero papel que los socialistas han desempeñado en la historia de España.
Todos los líderes, críticos u oficialistas, reivindican el pasado de un partido que es, en su opinión, responsable de todos los avances sociales y económicos del país, pero eso dista mucho de ser cierto. Si nos remontamos a la primera mitad del siglo pasado, la responsabilidad del PSOE en los acontecimientos que llevaron a la Guerra Civil es inmensa. Que la República hubiese resultado un experimento verdaderamente democrático y de éxito era complicado en la España de los años 30; pero fue completamente imposible con un Partido Socialista revolucionario hasta el golpismo –recuérdese el año 34– y decidido a aniquilar al enemigo derechista.
Ya en la democracia, el PSOE podría presumir de unos años de gestión razonablemente positivos con Felipe González como presidente, pero lo cierto es que incluso esa primera etapa estuvo manchada por cuestiones tan graves como el crimen de Estado del GAL, la corrupción desaforada y el asesinato de Montesquieu en forma de liquidación de la independencia judicial.
De hecho, lo cierto es que en los mayores problemas de la España actual el PSOE arrostra una gran responsabilidad: en el calamitoso desbarajuste de la educación pública; en el avance del nacionalismo, que habría sido imposible sin la compresión, cuando no la colaboración activa, de los socialistas en comunidades como Galicia, el País Vasco, Valencia y, sobre todo, Cataluña; en el cacicazgo político a gran escala en regiones como Andalucía; en las escandalosas cifras de paro; en la manipulación de masas a cargo de medios bochornosamente sometidos a los dictados del Poder...
Todo eso se vio agravado durante el zapaterato, con su guerracivilismo exacerbado y una ominosa sentimentalización de la política que dejó el terreno abonado para la irrupción de la izquierda liberticida con partidos como Podemos y sus igualmente impresentables aliados de ámbito regional.
Ciertamente, España necesita un gran partido de izquierda moderada que comparta los consensos básicos sobre los que debe construirse la vida nacional, pero no lo es menos que el PSOE no ha sido durante la mayor parte de su historia ese partido, por mucho que pretenda venderse ahora una versión edulcoradísima de lo que ha sido la realidad del socialismo en España.
Si lo que está ocurriendo en estos días, si todo este patético sainete sirve para que el PSOE se convierta en lo que dice ser y casi nunca ha sido, será una excelente noticia para el PSOE, que sólo así garantizará su futuro, y para España. Pero es harto razonable albergar dudas: la tarea es dificilísima, casi titánica, y, lamentablemente, no parece que haya nadie, dentro o fuera de Ferraz, capacitado para ello.