La elección de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE ha sido una demostración de fuerza de una mujer que, en este momento, es sin duda la persona más influyente dentro del partido: la presidenta andaluza, Susana Díaz.
Es muy llamativo, y un síntoma bastante claro de la situación dramática en la que se encuentra el Partido Socialista, que Díaz haya llegado a acumular ese poder, esa capacidad de poner a todo un secretario general casi a la carta sin haber ganado jamás no ya unas elecciones a una alcaldía cualquiera, ni siquiera un proceso democrático interno de segundo o tercer nivel.
Díaz, que decidió retirarse de la batalla por la Secretaría General antes de que empezase, se hizo con el poder en el PSOE andaluz en un simulacro de primarias organizado para dejarla sin rival, igual que accedió a la Presidencia de la Junta subida en el dedo de su antecesor, que por cierto abandonaba el cargo manchado por el escándalo de los ERE.
Pero tal es el estado calamitoso del PSOE post Zapatero que con sus inexistentes méritos Díaz ha logrado designar al nuevo secretario general. Y presumen de regeneración.
Ahora bien, falta saber si los 60.000 votos que ha obtenido Pedro Sánchez, y que suponen el apoyo de prácticamente el 50% de los militantes socialistas, pueden servir para que el nuevo secretario general se sienta lo suficientemente fuerte para romper los hilos con los que, a buen seguro, Susana Díaz quiere manejarlo. Nada parece indicar que será así: ni las alabanzas de Sánchez a la reacción del socialismo andaluz ante el vergonzoso caso de corrupción y saqueo de los ERE, ni la ausencia de mensajes de calado durante su campaña ni el paupérrimo discurso que pronunció la noche del domingo, tras confirmarse su victoria.
Y es que si el nuevo socialismo va a preocuparse de asuntos como algunos de los que comentó Sánchez: la laicidad del Estado, el cambio climático o lo que está ocurriendo en Gaza, poco importará que el PSOE sea un susanato o la nada, pues correrá la misma suerte de otros partidos socialistas europeos, por ejemplo el PSI italiano o el Pasok griego, tal y como alertaba el domingo uno de los candidatos derrotados, José Antonio Pérez Tapias.