El pasado viernes Pablo Iglesias pasó por un plató de Televisión Española para una entrevista con el periodista Sergio Martín, director del canal 24 Horas y de La noche en 24h.
El programa no tuvo gran transcendencia y se desarrolló, al menos para el espectador, dentro de los límites de lo que se puede considerar normal en un contenido televisivo de ese tipo, salvo quizá por la actitud del entrevistado, que desde el minuto uno fue bastante agresivo tanto con el entrevistador como con los demás miembros de la mesa.
Sergio Martín realizó una entrevista más o menos incisiva, sin desde luego resultar tan desagradable con Pablo Iglesias como el de Podemos lo era con él, pero también sin la complacencia perruna a la que los líderes de la nueva formación de ultraizquierda creen tener derecho. Simplemente se limitó a hacer muchas de las preguntas que, teniendo en cuenta la actualidad y la trayectoria del personaje, había que hacer.
En resumidas cuentas, nada se salió de lo que podría considerarse el guión establecido, preguntas duras o incómodas incluidas. Lo que sí se ha salido completamente del guión, al menos del guión en una democracia digna de tal nombre, es decir, no las que veneran los liberticidas de Podemos, ha sido la feroz campaña de persecución contra Sergio Martín que han desatado los secuaces de Iglesias. Algunos incluso desde dentro de la propia televisión pública, como los empotrados en el impresentable Consejo de Informativos de TVE, impasible cuando desde los telediarios de la casa se manipulan noticias o hasta la cobertura de todo un conflicto como el que sacudió Israel el pasado verano, y que no dijo nada cuando se censuró al economista Juan Ramón Rallo, por poner sólo dos ejemplos, pero que se apresura a pedir dimisiones y rasgarse las vestiduras porque una pregunta ha ofendido a Iglesias.
No es esta una cuestión baladí ni un problema entre un partido y una televisión o un político y un periodista: es un ataque grave y premeditado a la libertad de expresión. A través de su durísima campaña contra Martín, Podemos está lanzando un mensaje intimidatorio a toda la profesión periodística: ay de aquel que ose incomodar al líder supremo, ay de aquel que haga las preguntas que hay que hacer y no practique los vergonzosos masajes que Iglesias y Monedero reciben en Cuatro.
Ya antes de alcanzar el poder, los de Podemos están exhibiendo todos los tics propios de sus referentes liberticidas, empezando por el culto a un líder siempre rodeado de una guardia pretoriana intimidante y por la persecución feroz contra quien se niega de inclinar la cerviz ante los capos de la nueva casta.
Da miedo pensar cómo podrían ser las campañas de desprestigio y las persecuciones públicas de estos personajes si se produjera la desgracia de que manejaran a su antojo los poderes del Estado; da miedo pensar lo que pueden llegar a ser si tienen poder, viendo que se comportan como un miserable dictador castrobolivariano cuando todavía no son nada.