La renuncia de Manuel Pizarro a su acta parlamentaria tiene implicaciones más profundas que la simple dimisión de un diputado por “motivos personales”, razón aducida elegantemente por el protagonista y dada por buena en el acuse de recibo emitido al respecto por la dirección del Partido Popular.
Pizarro no sólo fue el fichaje estrella de Mariano Rajoy para las últimas elecciones generales. Más allá de esa circunstancia, el ex presidente de Endesa representó para el votante popular la garantía de que, al menos en materia económica, el PP iba a presentar una batalla ideológica basada en principios irrenunciables como la libertad de empresa, la iniciativa privada y la necesidad de un estado de derecho eficiente para garantizar el libre funcionamiento de las instituciones económicas.
El ejemplo de Pizarro en su batalla por defender los derechos de los accionistas de Endesa ante la ofensiva del Gobierno socialista y su debate electoral con Pedro Solbes, en el que detalló sin complejos las extraordinarias dificultades a las que se iba a enfrentar de forma inmediata la economía española, confirmaron que su salto a la política no era un capricho para colmar vanidades tardías, sino una decisión firme basada en el compromiso con el electorado de defender, desde el gobierno o la oposición, los mismos principios de que ha hecho gala a lo largo de su vida profesional. Solbes acabó dimitiendo, sobrepasado por el desastre absoluto de su política económica, mientras que Pizarro podría repetir hoy, hasta la última coma, su intervención en el famoso debate preelectoral.
La decisión de Manuel Pizarro de abandonar su escaño no es más que la actitud consecuente de un profesional íntegro, con experiencia e ideas sólidas, que se ve relegado a la inanidad parlamentaria por un partido que sacrifica sus principios con el único objetivo de alcanzar el poder. Incapaz de dar la batalla, también el terreno en que el PP ha demostrado una acreditada solvencia como el económico, para no perjudicar los cálculos electorales elaborados por los alquimistas de la calle Génova, Rajoy se permite el lujo de prescindir de una de las personas más capaces de las que supo rodearse en su último intento de llegar a La Moncloa.
La actual recesión económica, con unas cifras brutales de desempleo y su corolario inevitable en forma de latrocinio estatal de los derechos adquiridos por nuestros pensionistas, son asuntos de tal gravedad que cualquier partido serio explotaría diariamente con la mayor contundencia, sin descartar una movilización general en contra del peor Gobierno de nuestra Historia reciente. Pizarro hubiera sido el hombre capaz de hacer llegar a los votantes, y no sólo del partido popular, la necesidad de acabar con este desgobierno y apostar por una alternativa basada en el rigor político y el esfuerzo conjunto.
Pero en lugar de convertirlo en el mascarón de proa de esta ofensiva hoy más necesaria que nunca, Rajoy ha preferido relegar a Pizarro a los lugares más intrascendentes de su grupo parlamentario, no sea que los socialistas le acusen de “crispar” a unos ciudadanos que, por cierto, ya están por sí solos más crispados que nunca a causa de los errores y las fechorías de quienes les gobiernan.
Con una generosidad mayor de la que corresponde al trato recibido, Pizarro ha preferido abandonar su aventura política al lado de Rajoy con gran elegancia y en el momento en que menos daño podría hacer al PP. La lealtad del aragonés, según puede verse, sólo es equiparable a la ingratitud del gallego. Peor para el PP.
EDITORIAL
Pizarro, talento desaprovechado
La decisión de Manuel Pizarro es la actitud consecuente de un profesional íntegro, con experiencia e ideas sólidas, que se ve relegado a la inanidad parlamentaria por un partido que sacrifica sus principios con el único objetivo de alcanzar el poder.
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