Cualquier ocasión debería de ser buena para acompañar a las víctimas del terrorismo. Ellas han dado demasiado por la nación española –y por lo que es lo mismo: por su Estado de Derecho y nuestras libertades– como para que seamos cicateros a la hora de arroparlas cuándo y dónde nos lo pidan. Por desgracia, pese a haberse convertido en un eje de la democracia española y de nuestra historia, el reconocimiento de su sufrida y silente labor es demasiado reciente y parcial. Sólo lo mejor del mejor PP de Aznar se atrevió a colocar a las víctimas en el lugar que les correspondía.
Y si cualquier ocasión debería de ser propicia para estar con ellas, en la actual coyuntura constituye un imperativo moral. El proceso de rendición ante ETA que están dirigiendo Zapatero y Rubalcaba supone no sólo una traición a la Constitución y a nuestras instituciones, sino también una infamia para las víctimas. Pues ha sido su sangre la que los mismos asesinos con los que ahora departe el Gobierno derramaron por defender la libertad de los españoles; nuestra libertad.
En este sentido, del Gobierno y del PSOE sólo cabía esperar vileza, como ya se constató durante la anterior legislatura. Incluso después de la voladura de la T4, los socialistas trataron de recomponer relaciones con los criminales y sólo la continua presión de las víctimas en los medios de comunicación y, sobre todo, en la calle consiguió pararle los pies a Zapatero. También en esto debemos estarles agradecidos.
Pero del Partido Popular, esa formación política que se enorgullecía de oponerse al terrorismo y de arropar a las víctimas siempre que lo reclamaran, sí esperábamos más. Durante la presente legislatura, no sabemos si por creer que las víctimas les proporcionaban réditos electorales demasiado escasos o por pensar que la marginación de las mismas les permitiría pescar algún voto en las bolsas del nacionalismo radical, el PP anestesió toda su oposición al proceso de rendición ante ETA. Aún hoy, cuando los indicios del entente entre el PSOE y ETA –empezando por Rubalcaba y terminando por Eguiguren– son tan ingentes y rotundos que sólo un fanático podría negarlos, Rajoy insiste en que está perfectamente informado sobre la política antiterrorista del Gobierno.
Así, este cese de oposición a los enjuagues entre el Gobierno y la banda terrorista se completará este sábado, cuando las víctimas se manifesten una vez más por su dignidad y la de toda la nación, con la sonada ausencia del PP.
Podrá ser un final decepcionante para su honroso historial de lucha contra el terrorismo, pero en todo caso será un epitafio consecuente para toda una clase política que, como la española, concibe su labor pública como la combinación óptima de falsedades, manipulaciones y traiciones necesarias para alcanzar y permanecer en el poder.
Pero precisamente por ello, los ciudadanos de bien, los que nos preocupamos por la nación, los que no vacilamos a la hora de expresar nuestra infinita gratitud a las víctimas, debemos estar hoy, a las 12, en la Plaza Colón. Por fortuna, para gritar bien alto "no más mentiras" no necesitamos a ningún político; precisamente ellos deben ser los objetivos de ese clamor popular.