A estas alturas debería ser evidente que el totalitarismo antisistema de partidos de extrema izquierda como Podemos y la aversión que las formaciones separatistas profesan a España como Estado de Derecho constituyen no sólo un lastra insoportable para la regeneración de la democracia, la recuperación económica o la preservación de nuestra unidad nacional, también para combatir a ese tremendo enemigo que es el terrorismo islámico.
De la misma forma que no hubiera tenido sentido alguno que, en su día y en aras de la cacareada "unidad de los demócratas", se hubiera difuminado el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo para lograr el apoyo de los nacionalistas, tampoco lo tiene ahora empeñarse en lograr que formaciones en abierta rebeldía contra la legalidad, como Podemos, ERC, PdeCat o Compromís, suscriban un acuerdo en el que, según confesión propia, no creen, al punto de que algunas se han negado a condenar la matanza de las Ramblas, pues no quieren "erigirse como jueces".
La extrema izquierda comparte demasiadas fobias con los terroristas islámicos –a la democracia liberal, al capitalismo y, en general, a la civilización occidental de raíz judeocristiana– como para tejer con ella una estrategia antiterrorista. Tampoco se pueden sumar a un acuerdo que refuerce en todos los órdenes –empezando por el legislativo y el penal– la lucha contra esta lacra las formaciones separatistas, incluido el fantasmal PdeCat, habida cuenta de su abierta rebelión contra el Estado de Derecho. Pero el caso es que podemosos y separatistas acuden a las reuniones del Pacto Antiyihadista que se niegan a suscribir en la abracadabrante y ominosa condición de observadores; como si el Estado Español y los partidos constitucionalistas españoles no fuesen de fiar y debiesen estar bajo sospecha; como si el Reino de España fuese una república bananera a la que hay que inspeccionar y mantener bajo supervisión.
En lugar de quitar importancia o insistir en que estas formaciones se sumen a un pacto antiterrorista ya de por sí bastante genérico y descafeinado, en el que sólo ejercerían como caballos de Troya, los partidos constitucionalistas deberían estar reprochando a aquéllas su rechazo a semejante acuerdo de mínimos y exigiendo responsabilidades políticas a quienes por ceguera o fanatismo ideológicos han despreciado la labor de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, rechazado la adopción de medidas elementales de protección ciudadana o ignorado el peligro de las mezquitas desde las que se predica el criminal totalitarismo islamista. Eso, por no hablar del caos operativo e informativo provocado por el afán de protagonismo de la Generalidad o la repugnante utilización por parte de los separatistas del No tenim por de cara al desafío golpista a la legalidad previsto para el próximo 1 de octubre.
Con todo, lo peor es engañarse viendo unidad donde no la hay y calificando de demócratas a quienes no lo son.