Los presidentes de regionales de las comunidades autónomas de Cataluña y el País Vasco celebraron este domingo un encuentro en Ajuria Enea, sede del Gobierno vasco. Aunque ambos no quisieron atender a los medios al término de encuentro, no hace falta ser adivino para saber de qué se trató. Nacionalismo vasco y catalán mantienen desde siempre una relación simbiótica bien ensamblada su única obsesión y objetivo común: la destrucción de a Nación española y, consecuentemente, del régimen de libertades de que ella emana.
Durante muchos el nacionalismo vasco estuvo en la vanguardia de esta siniestra alianza, con los crímenes de ETA como principal argumento. Terror y asesinatos que se rentablizaban, miserablemente, de igual forma desde el Gobierno vasco y la Generalidad, como un elemento más en su permanente chantaje al Estado de derecho y la democracia.
El PNV y la ETA, en sus diferentes manifestaciones, han permanecido agazapados los dos últimos años, observando como Artur Mas ganaba el pulso al Gobierno y se salía, finalmente, con la suya con la celebración del referéndum 9-N. Esta derrota del Estado se suma a la rendición frente a la banda terrorista, presente en las instituciones y con sus presos saliendo masivamente a la calle, sin que la banda se haya disuelto ni colaborado con la Justicia en los más de 300 crímenes sin esclarecer. Con estas premisas, sólo un necio puede pensar que el problema de la unidad de la Nación española empieza y termina en Cataluña. Los nacionalistas vascos esperan su momento.
Nadie puede sorprenderse de que la inacción del Gobierno de Rajoy frente al desafío de Mas provoque un efecto dominó. Ya lo estamos viendo en Canarias, con el inefable Paulino Rivero y el asunto del petróleo. Lo verdaderamente sorprendente es la actitud del Gobierno y las elites políticas y mediáticas, lo que los nacionalistas catalanes llaman Madrit, que siguen empecinados en que la mejor estrategia frente a los nacionalistas es la cesión y la componenda. Es lo que han hecho todos los gobiernos en las últimas tres décadas y el problema nacionalista no ha hecho sino agrandarse más y más, hasta legar a este punto casi sin retorno. Con la disculpa de "no exacerbar al nacionalismo" se ha dejado de aplicar la ley, se les ha permitido todo y se ha conseguido exactamente lo contrario: nunca antes en la historia de España hubo un nacionalismo tan exacerbado y un riesgo de ruptura tan inminente como ahora. No hay peor ceguera que la voluntaria.
Mariano Rajoy es la personificación de esta política cobardona y nefasta, por eso suena desterllinante que Mas y Urkullu digan que quieren hacer frente a la "recentralización del Gobierno". ¿Qué recentralización? Si Rajoy no piensa en otra cosa que pactar con los nacionalistas la próxima legislatura un apaño constitucional que suponga la desaparición de cualquier todo vestigio del estado de Derecho en Cataluña y el País Vasco, salvo el dinero de todos los españoles en forma de cupo, pacto fiscal o cómo lo quieran llamar. El victimismo nacionalista es tan enfermizo que, incluso, cuando van ganando tienen que inventarse agravios.