A pesar del revuelo mediático que han provocado, las declaraciones de Eugenio Nasarre y Pío García Escudero ante el juez Ruz tal vez no vengan sino a confirmar la legalidad de los complementos o sobresueldos que la dirección del PP siempre ha reconocido abonar a todos aquellos parlamentarios que desempeñaban responsabilidades internas en el partido. Para ello, sin embargo, será necesario que quede demostrado que no sólo el partido sino los beneficiarios de esos complementos informaron a Hacienda de esos pagos en metálico, tal y como han asegurado Nasarre y García Escudero.
Más difícil de explicar va a ser, sin embargo, los 70.000 euros que Nasarre reconoció haber recibido del extesorero del PP Álvaro Lapuerta en dos entregas en metálico –una de ellas, en 2003– para la Fundación Humanismo y Democracia, de la que aquel era patrono. Si esa donación del PP era de curso legal, ¿por qué se hizo en metálico? Y, sobre todo, ¿por qué Nasarre registró esa suma en la contabilidad de la fundación como un donativo anónimo?
Aunque el PSOE no está, precisamente, para dar lecciones en este asunto, y todavía estemos esperando a que Rubalcaba haga pública sus declaraciones al fisco, no es menos cierto que muchos dirigentes del PP tampoco han cumplido este compromiso de hacer públicas sus declaraciones del IRPF.
Cabe también preguntarse, por otra parte, si estos sobresueldos, por muy legales que sean, contribuyen a que nuestros representantes públicos se deban más a los ciudadanos que supuestamente representan que a los dirigentes de los partidos en los que trabajan. Parece evidente que estos complementos, cuyo importe en muchas ocasiones supera con creces lo que cobran como cargo público, no vienen sino a reforzar la partitocracia y las redes clientelares de las cúpulas de los partidos. Y es que, si el dedo que nombra a los candidatos para ser empleados públicos forma parte, a su vez, de la misma mano que los da de comer como empleados del partido, ya nos podemos olvidar de la deseable "democracia interna" que la Constitución dice que debe imperar en los partidos.