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EDITORIAL

Los grandes retos del segundo gobierno Rajoy

El desafío independentista de Cataluña es un problema para el que son necesarias firmeza y profundas convicciones, y la ocasión no puede ser peor.

Si al inicio de la pasada legislatura era obvio que el gran reto de los siguientes años era la crisis económica, en esta ocasión los retos económicos no son despreciables, pero los políticos parecen aún más formidables.

Entre éstos cabe distinguir de dos tipos: en primer lugar aquellos a los que se enfrentará Rajoy como presidente del Gobierno y del PP, que no serán pocos; y además estarán los mayores, los que tendrá que afrontar España y para los que los populares necesitarán del concurso y el apoyo de otras fuerzas políticas.

El más importante de ellos, por supuesto, es el desafío independentista que llega desde Cataluña. Aunque se ha demostrado que el frente independentista no es el club político más eficaz del mundo, nada parece indicar que Puigdemont, Mas o Junqueras estén en disposición de frenar la enloquecida huida hacia delante que han emprendido, así que antes o después el nuevo gobierno -y con él una parte esperemos que muy mayoritaria del Parlamento- tengan que frenar la carrera de un modo u otro.

Sin duda es un problema para el que son necesarias firmeza y profundas convicciones, y la ocasión no puede ser peor: con un PP ideológicamente desaparecido y políticamente disminuido, un PSOE descompuesto y un Podemos capaz de cualquier cosa con tal de debilitar el Estado que quieren tomar al asalto.

Un reto no menos importante es, precisamente, la amenaza del populismo, que en España no es otra que la amenaza de Podemos. Tras su desastroso resultado del 26J podría haberse dado por conjurada, pero tanto PP como PSOE parecen empeñados en mantenerlo con vida. Esta legislatura debe ser la del final político de los de Iglesias o, al menos, la de su retorno al espacio natural de una formación tan radical y tóxica: el de ser como mucho una anécdota parlamentaria.

Un empeño en el que deberían colaborar los dos grandes partidos, porque a ambos les conviene –también al PP aunque Rajoy crea que es mejor usarlos para dividir a la izquierda- pero sobre todo porque le conviene a España.

En el terreno legislativo los retos también son mayúsculos: materias como la educación demandan soluciones que son impostergables tras un deterioro de décadas, pero sin duda el gran tema de esta legislatura será la reforma de una justicia que a día de hoy es ineficiente y, sobre todo, que no puede abordar de verdad la corrupción política sin solucionar su dependencia de los partidos. El modelo instaurado con la reforma felipista y el asesinato de Montesquieu debe ser liquidado en virtud de unos organismos judiciales independientes y propios del siglo XXI. Puesto que es la única fuerza política que defiende sin dudas esta independencia, en este aspecto será todavía más importante lo que pueda aportar Ciudadanos.

Respecto a los retos más personales de Rajoy, hay que decir que éstos tampoco son nimios: en primer lugar tendrá que garantizar la estabilidad parlamentaria –si es que es eso lo que realmente quiere tal y como ha afirmado en sus intervenciones durante esta investidura- desde una mayoría exigua como no la ha habido nunca en nuestro país.

No parece claro que el presidente sea el más adecuado para ello no ya por su historia política personal, sino por el rechazo que genera en todo el arco parlamentario e incluso en no pocos de los que lo votan a pesar de ello dada la inconsistencia de las restantes opciones. Si lo es o no quedará claro, en primer lugar, por cómo sea capaz de gestionar su pacto con los de Albert Rivera, lo único que puede darle un número suficiente de diputados para no ser machacado pleno tras pleno.

Por otro lado y al mismo tiempo que todo lo demás, el presidente que también lo es del PP tendrá que reconstruir y regenerar un partido que está literalmente deshecho no sólo por los abrumadores casos de corrupción, sino también por un vaciamiento ideológico que hace que a día de hoy los populares sean sólo una opción socialdemócrata más en el Parlamento.

Afianzar un ideario en el que durante los últimos años se ha renunciado a todo, dar mayor cabida a la democracia interna en un partido que se ha limitado a ser su chiringuito personal, y dar cabida a nuevos valores que no sea fácil identificar ni con bárcenas ni con gúrteles y permitan a muchos ciudadanos asqueados mirar de nuevo con confianza a la calle Génova, son tareas que deberían quedar realizadas antes de que los españoles vuelvan a enfrentarse a las urnas si el PP quiere volver a ser votado con ilusión y no como un triste mal menor. Porque en caso contrario corremos el riesgo de que el mal mayor empiece a no parecer tan malo.

Sólo queda saber si Rajoy quiere de verdad afrontar todos estos problemas y que la legislatura no sea un mero trámite hasta unas nuevas elecciones el próximo año. Sería un error histórico y una verdadera temeridad, pero lamentablemente -y más después de escuchar este sábado al ya presidente- no es algo que podamos descartar.

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