El rifirrafe que está teniendo lugar entre el Gobierno socialista de España y el Gobierno socialista de Cataluña está resultando involuntariamente hilarante. Mientras unos no se atreven a hablar de "trasvase" y aseguran querer realizar una "captación temporal del agua" del río Segre, afluente del Ebro, María Teresa Fernández de la Vega afirma que "no ha habido trasvase del Ebro ni lo habrá jamás". Pero esto no cierra la puerta, según la Generalidad, a que se haga un trasvase desde la cuenca del Ebro. De la Vega estaría hablando de llevar agua a regiones gobernadas por el PP, cosa intolerable, pero no de "captarla temporalmente" para llevarla a ciudades de progreso, es decir, gobernadas por los socialistas, como Barcelona.
Pero más sintomáticos han sido los esfuerzos del consejero de Medio Ambiente por pedir que se encuentre otra palabra para sustituir a trasvase, que quedaría sólo para designar la cosa intolerable, mientras los trasvases buenos y solidarios podrían llamarse de otra forma sin tanta carga negativa. Una carga que no es sino un fruto más de la demagogia brutal a costa del agua empleada por el PSOE para ganar votos en Aragón y Cataluña, aunque fuera a costa de hundirse más aún en la Comunidad Valencia, Murcia y hasta Almería. Les da lo mismo, porque les sale a cuenta.
No les quepa duda de que, finalmente, el trasvase se hará. Zapatero sacará la calculadora electoral, la única que maneja, y decidirá que prefiere perder votos en Lérida a hacerlo en Barcelona. Sabe que el PP no hará campaña contra el trasvase porque nunca ha explotado la demagogia del "nos quieren quitar el agua" ni quiere hacerlo; es el mejor rasgo de la derecha, poner sus principios por encima de los beneficios electorales. Pero también es una característica que en esta ocasión le facilita mucho trabajo a la izquierda, porque les permite distinguir entre trasvases buenos y trasvases malos sabiendo que nadie explotará los que construyan como hicieron ellos en su día.