A nadie medianamente bien informado y que no viva en el autoengaño puede sorprender que el Gobierno autonómico catalán vaya abrir dos nuevas embajadas en Roma y en Viena, tal y como ha anunciado este jueves el portavoz de la Generalidad, Francesc Homs.
No, no es una sorpresa, aunque sean formidables los problemas económicos que acucian a la Administración regional catalana: las farmacias tardan meses en cobrar –cuando cobran–, se han cerrado plantas enteras de hospitales, sobre las espaldas de los catalanes –y sobre las de sus descendientes– pesan miles de millones de euros de deuda. Todo eso es cierto y da igual, porque la prioridad de Mas y su Gobierno no es la gestión, tampoco el bienestar de la ciudadanía. Como ya todo el mundo debería saber, lo único importante para el de CiU –y para ERC, que es el partido que le permite seguir en el poder– es la construcción nacional.
Por eso, por muy mal que estén las cosas económicamente para la Generalidad, no falta dinero para TV3, ni para los medios privados hipersubvencionados, ni para el inmenso entramado de entidades nacionalistas que copan la pseudosociedad civil catalana en ámbitos como la educación, la cultura, el deporte e incluso el ocio.
Lo peor, no obstante, no es que Mas siga empeñado en sacar adelante su proyecto insensato; lo peor es que, por ceguera política o por una pésima manera de entender el pactismo, sigamos pagándola todos los españoles.
En efecto, las mal llamadas embajadas catalanas las vamos a pagar todos, como estamos pagando todo el proceso sedicioso, a través de los impuestos confiscatorios impuestos –no sobra la redundancia– por Montoro. Si Mas puede permitirse el lujo de abrir más embajadas en la crítica situación económica en que se encuentra Cataluña por su nefasta gestión es porque Rajoy consiente y paga. Con nuestro dinero.
El nuevo gesto de Mas no puede sorprender a nadie, pero es la enésima demostración del fracaso de la política de apaciguamiento que el Gobierno del PP viene desarrollando desde su llegada al poder, y que no sólo no ha relajado la presión nacionalista sino que ha envalentonado a Mas y a los suyos, que ya hablan de proclamaciones unilaterales de independencia –ni siquiera se quedan en la trampa del derecho a decidir– y la proyectan a unos meses vista.
Una vez más, Rajoy demuestra que no hacer nada no sólo no soluciona los problemas sino que los empeora y los hace mucho más costosos, también económicamente hablando.