Vista la pusilánime reacción del Gobierno de Zapatero ante las provocadoras reivindicaciones del régimen marroquí sobre Ceuta y Melilla, no hay que extrañarse de que el secretario general de la Liga Árabe, Ams Musa, haya aprovechado la ocasión para emitir un comunicado en el que expresa su "total apoyo" a las "legitimas" exigencias de Rabat sobre estas dos ciudades españolas. Recordemos que ha sido el Gobierno marroquí, y no el español, el que ha llamado a su embajador a consultas y que han sido Moratinos y su segundo en el Ministerio del Exterior los que, en lugar de protestar, han considerado "comprensibles" las protestas marroquíes por la vista de los Reyes de España a un territorio que nunca ha sido marroquí y que ya era considerado Hispania en tiempos de los romanos.
Suponemos que el Gobierno de Zapatero no elevará tampoco la menor protesta ante la Liga Árabe, a pesar de la gravedad de su ofensivo comunicado. Una gravedad que se suma al hecho de que hay alrededor de 600.000 marroquíes residiendo en España, muchos de los cuales pueden ejercer de "caballo de Troya" en favor de las apetencias anexionistas de Rabat.
No vamos a negar, sino a celebrar, que muchos ciudadanos de origen marroquí hayan aclamado en Ceuta y Melilla a los Reyes de España y hayan exhibido su españolidad como el resto. Ahora bien. No nos engañemos. Para muchos inmigrantes el Rey de Marruecos sigue siendo ese líder espiritual y, al tiempo, militar y político que es para el resto de marroquíes. Esa fidelidad, inadmisible en nuestro marco constitucional, se suma a la debilidad y a la pérdida de influencia española entre nuestros aliados.
Desde luego, si el Gobierno de Zapatero pretendiera convertir la visita de los Reyes a Ceuta y Melilla en un viaje de despedida, ciertamente, no podría estar haciéndolo mejor. Su pusilanimidad está resultando de lo más provocativa.