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EDITORIAL

La proporcionalidad está en el lado de Israel

Zapatero, como no podía ser de otro modo, ha pedido el alto el fuego en la franja de Gaza, lo que equivale a que Israel deje de combatir a los terroristas y a que éstos sigan teniendo carta blanca para bombardear con sus misiles a la población israelí.

Tardaba en aparecer, pero finalmente lo ha hecho. Más de una semana después de que se iniciara la ofensiva israelí contra los terroristas de Hamás en Gaza, el presidente del Gobierno español ha expresado su opinión. El mismo que nombró como ministro de Exteriores a un tipo que trató de sacar a Hamás de la lista de grupos terroristas de la UE, ha intentado dar muestras de equidistancia y de mediación entre civilizaciones. Ha fracasado, como no podía ser de otro modo. Primero, porque calificar de mera "conducta irresponsable" el lanzamiento de más de 6.000 misiles contra Israel recuerda demasiado a su referencia a los atentados de ETA como "accidentes". Y segundo, porque aunque hubiera estado mínimamente ecuánime, la democracia liberal israelí no es equiparable a la incivilidad caudillista de Hamás, ni tampoco es posible que quienes no reconocen la existencia de Israel puedan sentarse a "dialogar" con aquellos a quienes quieren ver muertos.

Zapatero, como no podía ser de otro modo, ha pedido el alto el fuego en la franja de Gaza, lo que equivale a que Israel deje de combatir a los terroristas y a que éstos sigan teniendo carta blanca internacional para bombardear con sus misiles Qassam a la población israelí. Lo ha hecho aludiendo, por un lado, a que la incursión de Israel para destruir la infraestructura de Hamás no contribuirá a la paz en la región y a que, por otro, esta respuesta está siendo desproporcionada.

Sobre lo primero poco puede decirse. Si Zapatero no entiende que la mejor manera de prevenir los ataques terroristas es desarmándoles y disuadiéndoles de que continúen con sus crímenes, más valdría que no abriera la boca al respecto. Y si lo entiende, tanto peor, porque significaría que está pidiendo a Israel que acepte pasivamente la sangría de su población civil a manos de los islamistas para contentar el antisemitismo campante en la comunidad internacional.

Sobre lo segundo, sí puede señalarse algo más. Efectivamente, la opinión pública está tentada a pensar que la respuesta israelí a los reiterados ataques de Hamás es desproporcionada; sólo hace falta contemplar la diferencia de medios y de resultados entre ambos. Sin embargo, justamente ahí reside la diferencia crucial que permite la subsistencia de Israel en un territorio tan hostil como es Oriente Medio. El Estado hebreo tiene un ejército profesional, bien organizado y con excelente material bélico; por decirlo brevemente, Israel tiene una defensa eficaz. Hamás no puede compararse en capacidades y logística con Israel, de ahí que su estrategia bélica pase necesariamente por utilizar a los medios de comunicación y a los Estados europeos como escudo frente a las legítimas represalias de los israelíes.

Para que la guerra entre Israel y Hamás fuera proporcional en cuanto a resultados materiales habría que entrenar a los terroristas de Hamás y, sobre todo, dotarles de un costosísimo material bélico que les permitiera, tal y como ambicionan, destruir Israel. Y he aquí el segundo abuso que se produce en torno al concepto de la "proporcionalidad": Israel tiene capacidad militar para arrasar y exterminar a los palestinos, pero ni es su objetivo ni está dispuesto a aceptarlo como un daño colateral para su finalidad. Si tuviéramos que imponer, como sugiere Zapatero, la proporcionalidad a Israel y a Hamás en cuanto a sus metas militares, el Estado democrático se dedicaría a bombardear indiscriminada y masivamente la franja de Gaza, sin importarle –o mejor dicho, buscando deliberadamente– las bajas civiles.

El único concepto sensato de proporcionalidad que cabe aplicar a este conflicto es el de exigirle a Israel que no cause más daños de los imprescindibles para lograr sus objetivos militares, algo que, de momento, no parece que esté haciendo. El objetivo militar más inmediato de los ataques es detener los bombardeos terroristas sobre territorio israelí y, por desgracia, eso es algo que todavía no se ha logrado. Dicho de otra manera, Israel está utilizando menos fuerza de la que la operación requiere y lo está haciendo para minimizar las víctimas civiles palestinas. Sólo en este sentido cabe tildar su actuación de desproporcionada, aunque sería más preciso calificarla de infraproporcionada.

No en vano, en un territorio tan densamente poblado como es Gaza (en la ciudad de Gaza viven casi 9.000 personas por kilómetro cuadrado frente a los 5.200 de, por ejemplo, Madrid), apenas ha habido, tras diez días de ataques, 550 víctimas palestinas, el 80% de las cuales eran terroristas de Hamás.

Por supuesto, lo deseable sería evitar cualquier víctima civil, pero ninguna guerra en la historia de la humanidad se ha librado bajo restricciones tan estrictas que impidan a los militares desplegar una estrategia mínimamente eficaz. A diferencia de lo que puedan pensar muchos utópicos, la guerra no es una invención del hombre moderno, sino que forma parte de su naturaleza. Podemos crear instituciones que restrinjan el lado más salvaje, brutal y destructor de las guerras, pero que nadie se equivoque. Esas instituciones, en este conflicto, sólo las tiene Israel. Pretender que la democracia y el Estado de derecho se limiten tanto frente al terrorismo como para impedir su derrota no significa apostar por la paz, sino por el salvajismo tribal más primario que representa Hamás.

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