Tras casi dos años de una gestión rayana en el muy deficiente, con groseros errores en la comunicación de unas políticas que nadie sabe muy bien a dónde van y con un escándalo de corrupción de primera sobre la mesa, el PP afronta unas encuestas cada vez más desastrosas y que, en algunos casos, incluso lo sitúan por detrás del PSOE de Rubalcaba.
Con una recuperación en ciernes que, de existir realmente, será lenta y dolorosa, con Bárcenas en la cárcel y un peligroso sumario en marcha, y sin la zanahoria de los Juegos Olímpicos, es lógico que Rajoy trate de movilizar a su partido de cara a superar un escenario muy complejo.
Sin embargo, nos encontramos que, por mucho que el presidente trace una estrategia, por mucho que en la escuela de verano popular se trate de ofrecer una imagen diferente del partido, el segundo lunes del inicio de curso, y en una de las semanas más políticamente cargadas del otoño –encuestas, Juegos Olímpicos, Diada…– nadie del PP se presenta ante los medios para dar la otrora habitual rueda de prensa tras el comité de dirección.
Es difícil pensar qué puede entender Rajoy por una "movilización" del partido, pero más difícil todavía es creer que esta pueda desarrollarse desde el silencio de sus máximos responsables y las relaciones, o bien de huida o bien de vasallaje, que el PP y el Gobierno vienen manteniendo con la prensa.
¿Es callando como piensan convencer a los medios de comunicación de la bondad de sus medidas? ¿Es desde el silencio como creen que los cada día más desencantados y enfadados militantes volverán a creer en el partido del que antes se sentían orgullosos? ¿Es desde la invisibilidad como esperan convencer a los votantes que se están pasando a chorros a la abstención o a otras opciones políticas?
Por supuesto, ninguna de las tres cosas es posible: la recuperación de los populares pasa por cambios importantes en la política desarrollada hasta el momento –la económica y todas las demás–, pero también por una política de comunicación más realista, más trabajada y que no lo fíe todo al silencio o a la adulación de algunos grupos capaces de comprar cualquier mercancía, sí, pero que de lo que no son capaces es de venderla a una opinión pública entre la que día a día pierden credibilidad e influencia.
Rajoy debe entender, en suma, que los problemas del PP –que también son los de España– no van a desaparecer por que se establezca una férrea ley del silencio en Génova propia del peor sindicalismo mafioso. Es cierto que tampoco una política de comunicación más eficaz será suficiente por sí sola para paliar el desastre, pero sí puede ser un buen primer paso para ayudar en la solución o, al menos, para que el descalabro no sea mortal.