La rápida difusión por la red de una serie de documentos privados y de correos electrónicos pertenecientes a varios miembros de la Unidad de Investigación del Clima (UIC) de la Universidad de East Anglia, ha hecho estallar un escándalo mayúsculo dentro y fuera de la comunidad científica. Y no es para menos. El alcance de lo descubierto pone contra las cuerdas a la institución y siembra serias dudas sobre su trabajo científico y, especialmente, sobre sus fatalistas predicciones climáticas.
La UIC ha sido una de las instituciones que más se han significado a favor del calentamiento global de origen antropogénico. Para ello, según se desprende de la documentación "incautada" en la red de redes, sus especialistas han utilizado la mentira y la manipulación, han destruido valiosos datos que no congeniaban con sus modelos y han sometido a un férreo marcaje a los científicos escépticos persiguiéndoles y haciendo lo imposible por evitar que éstos publicasen en revistas del ramo. Los científicos de la UIC, cuyos vínculos con el medioambientalismo radical han quedado más que demostrados, llevan una década cocinando datos y previsiones, engañando a la opinión pública y cercenando el debate científico en torno a este tema.
El escándalo ha sido de tal calibre que toda la prensa mundial, –excepción hecha, naturalmente, de la servil prensa española que, presa de un inexplicable complejo de culpa, vive agachando la cerviz ante el ecologismo más retrógrado– se ha hecho eco del mismo. Los dogmas ecologistas sobre el presunto calentamiento global enfrentan así un nuevo tour de force del que van a salir seriamente dañados dado el prestigio que, hasta la fecha, poseía la Unidad de Investigación del Clima. El propio IPCC, el panel de Naciones Unidas creado para servir de altavoz a los catastrofistas, se sirve de sus estudios, no en vano algunos miembros de la UIC son, a un tiempo, privilegiados asesores del IPCC.
Una merienda de negros que deja al descubierto la inmensa estafa intelectual de nuestra época. Mientras unos se inventan la coartada falseando lo que haga falta, otros recogen carretadas de dinero público malgastado en un problema inexistente, al tiempo que ponen a sus pies a los legisladores de medio mundo. Al final, todo este tinglado, vestido de ciencia y buenos sentimientos hacia la humanidad, consiste en arrimar dinero y poder al ascua de una cuadrilla de iluminados, apóstoles del fin del mundo obsesionados con transformarlo a la medida de sus prejuicios.
Los que no están dispuestos a pasar por el estrecho ojal de la doctrina oficial –y única– son arrojados a las tinieblas exteriores y privados con saña de voz, de voto y hasta de presencia física. El fanatismo de unos, los intereses de otros y la complicidad de casi todos ha creado un monstruo que lucha por perpetuarse a cualquier precio, incluido, claro está, el de la verdad. Sería, pues, esta una ocasión dorada para reabrir el debate y desenmascarar a los que se han adueñado del discurso, intoxicándolo con verdades que hay que creer a puño cerrado o sufrir las consecuencias por negarlas. Sería, en definitiva, un momento perfecto para devolver un asunto científico al ámbito propio de la ciencia, arrancándoselo a los que han hecho del clima el mejor y más efectivo argumento ideológico de nuestro tiempo.