Aunque Schiller nos advirtiera de que "contra la estupidez hasta los mismos dioses luchan en vano", no podemos dejar de denunciar el bochornoso espectáculo que constituye el uso de traductores de lenguas regionales en el Senado para que los señores senadores no tengan que debatir en español, la única lengua que les es común, como al resto de los españoles.
El estreno oficial de esta majadería a cargo de los contribuyentes, aprobada este verano gracias al PSOE y a las formaciones nacionalistas, se ha producido este martes a cargo del socialista Ramón Aleu, quien ha utilizado el catalán en una moción sobre educación. El sistema de traducción simultanea que permite a los senadores hacerse entender cuando pronuncien sus discursos en catalán, euskera, valenciano o gallego ha requerido la compra de 400 equipos de traducción con auriculares, que han costado 4.526,48 euros. En cada sesión plenaria trabajarán siete intérpretes (tres de catalán y valenciano, dos de gallego y dos de euskara) que irán rotando semana tras semana entre los 25 traductores contratados, a los que se les abonará también los desplazamientos y la estancia en forma de dietas, ya que casi todos ellos residen fuera de Madrid. Con un desembolso por sesión de 12.000 euros, el esperpento supondrá para los contribuyentes un gasto de 350.000 euros por año. Y todo para que los senadores se puedan comunicar entre sí en lenguas que no todos entienden y evitar el uso de la única que les es común.
No quedaríamos cortos, por ello, si nos limitamos a criticar este circo en términos puramente económicos. Y es que este insulto a la inteligencia resulta ofensivo para los ciudadanos no sólo en su condición de contribuyentes sino también de españoles. Pudiendo los senadores comunicarse en castellano, tal y como lo han venido haciendo hasta ahora y lo siguen haciendo fuera de la cámara, el sistema de traducción simultánea es una muestra de desprecio al español tanto como una ficción que, al margen de lo que dice la Constitución, choca contra la realidad de lo que es España. Porque España no es una yuxtaposición de pueblos con lenguas distintas, sino un país en el que todos sus habitantes tienen una lengua común, que es, además, la única oficial de todo el Estado.
Los defensores de tan ofensivo esperpento han tenido, además, la orwelliana desfachatez de justificarlo en términos de "normalidad". Sí, normalísimo: tan normal que semejante disparate no tiene equivalente en ningún país civilizado del mundo. Sencillamente, no hay "traductor" que lo haga comprensible a un extranjero ni a nadie que tenga el más elemental sentido común.