Pocas naciones de la Tierra, por no decir ninguna, han sido capaces de integrar a tanto excluido, a tanto desheredado, a tanto marginado en un sistema próspero en lo económico y participativo en lo político como los Estados Unidos de América. Por el contrario, pocos sistemas, por no decir ninguno, han generado tanto pobre, tanto exiliado y tanto excluido como los comunistas. Desde hace más de medio siglo, y como es bien sabido –y sufrido por los cubanos–, Cuba padece uno de ellos, a consecuencia de lo cual ha dejado de ser la Perla del Caribe para convertirse en una devastada Isla Cárcel.
Valga esta introducción para denunciar la pésima contribución que el papa Francisco está haciendo a la causa de la libertad –incluida la religiosa– en su periplo americano. Si en la Cuba sometida a la tiranía de los Castro ha rehuido toda critica al siniestro régimen comunista, así como el contacto con los disidentes –a los que no ha dedicado un solo gesto–, en Washington sí se ha permitido criticar el "sistema" allí imperante, porque, ha osado decir, "genera millones de excluidos".
La democracia liberal, que rige en EEUU y en todo Occidente, es un sistema imperfecto, desde luego; pero el mejor, en todos los órdenes, que jamás ha existido. Es incomparablemente superior, en todos los órdenes, empezando por el moral, al criminal sistema comunista, uno de los más despiadados e injustos que haya inventado el hombre. Francisco, que no se ha dignado dedicar una sola palabra a los que se juegan literalmente la vida por la libertad de Cuba, carece de toda legitimidad para denunciar cualquier tipo de exclusión que pueda darse en los EEUU. Ha mostrado coraje donde nada cuesta exhibirlo, y callado donde cristianos heroicos sufren lo indecible por hacer exactamente lo que él debió haber hecho, traer a la realidad el memorable "La verdad os hará libres".
Lo de la infalibilidad papal sólo atañe a pronunciamientos relacionados con cuestiones del dogma que afectan a los mismos fundamentos de la fe católica. Para todo lo demás, ya sean cuestiones sociales, económicas o ecológicas, el Papa, como bien saben todos los católicos, puede equivocarse tanto y tan gravemente como cualquier otro hombre. Por desgracia, Francisco parece empeñado en demostrarlo con harta frecuencia y en asuntos cruciales.