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EDITORIAL

Fiasco ilegal en Cataluña

Dada la impasibilidad y la nulidad del Estado y de los dos grandes partidos nacionales, el nacionalismo tiene todo el tiempo del mundo para seguir ampliando mercado

Después de meses de recogida de votos por toda Cataluña en un referéndum en el que podían participar los mayores de dieciséis años y los extranjeros, los organizadores de la consulta independentista cerraron ayer las urnas y anunciaron ufanos que un 21,3 % de los ciudadanos había secundado el llamamiento

De nada, por tanto, ha servido que Jordi Pujol y Artur Mas votaran anticipadamente e instaran a los catalanes a estas urnas con más convicción que cuando las papeletas cuentan. Menos aún han servido los fondos públicos destinados a los organizadores, amparados por las instancias oficiales. Y también menor ha sido el efecto del apoyo mediático, particularmente de TV3, que ha tratado esta iniciativa con clarines propagandísticos y grandes despliegues en sus "telenoticias".


La mayoría de la población catalana ha dado la espalda a esta flagrante ilegalidad que los nacionalistas pretenden colar como un éxito de participación, el colmo del civismo y una expresión pura de democracia. Lo que ha ocurrido durante los últimos días en Cataluña ha sido, sin embargo, una muestra de desprecio absoluto por las leyes y una dejación absoluta por parte de quienes deben procurar su cumplimiento.

La evolución de este esperpento de consulta deja en evidencia cómo funcionan las cosas en Cataluña: la abogada del Estado que redactó el informe sobre la manifiesta ilegalidad de la primera consulta, la de Arenys de Munt, es ahora la consejera de Justicia de la Generalidad y no ha dudado en participar con su voto en el montaje. Y esas consultas que en principio debían haberse prohibido, como se prohíben no pocas manifiestaciones, no sólo han sido toleradas, sino jaleadas por el tripartito primero y ahora CiU en una demostración palpable de lo poco que les importan las leyes a los gobernantes catalanes, de lo poco que significa para ellos la democracia, así como un ejemplo perfecto de la renuncia del Estado a ejercer sus competencias en Cataluña.


Se dirá que de este modo se ha podido comprobar el fracaso de la iniciativa, pero es también un mensaje para los promotores y valedores del secesionismo: en Cataluña vale todo y nunca pasa nada. Después de tres décadas de odio antiespañol institucionalizado, resulta sorprendente que sólo un tercio de la población -según encuestas más fiables que el disparate que concluyó ayer- se manifieste independentista. Pero dada la impasibilidad y la nulidad del Estado y de los dos grandes partidos nacionales, el nacionalismo tiene todo el tiempo del mundo para seguir ampliando mercado.

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