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EDITORIAL

Felipe apuntala a Zapatero

El jueves, en su calidad de mister Pesc –responsable europeo de Política Exterior y Seguridad–, Javier Solana afirmó que las pruebas presentadas por Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU son sólidas, e insinuó al mismo tiempo que Francia y Alemania las recibieron con preocupación, lo que anuncia un probable cambio gradual de postura del “eje franco-alemán” en torno a la continuación de la guerra contra Irak. Sin embargo, esta sinceridad de Javier Solana ha dejado a José Luis Rodríguez Zapatero con las vergüenzas políticas al aire en lo relativo a la crisis de Irak, aun a pesar de que el líder del PSOE admite que últimamente habla mucho con Solana.

Tentado por la aparente solidez de la oposición francesa y alemana a la guerra, animado por encuestas con pregunta-trampa y seducido por las soflamas y mascaradas de la progresía cinematográfica, Zapatero ha ido demasiado lejos en su no a la guerra. Tanto que su posición –carente de otros argumentos que no sean el rancio eslogan antiamericano, la pancarta y la pegatina e inconsistente con la que mantuvo su partido en el origen de la crisis, allá por 1990– ya no se distingue de la que sostiene Izquierda Unida, sobre todo si se tiene en cuenta que el leonés ha llegado a afirmar que España no debería participar en la reanudación de las hostilidades ni aun cuando el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara una nueva resolución.

No hay que olvidar que Javier Solana sigue siendo un peso pesado dentro del PSOE aun a pesar de estar apartado de la vida política diaria de su partido por las exigencias de su cargo europeo –algo que, por cierto, le confiere aún más prestigio–, además de una voz autorizada en la materia, pues fue secretario general de la OTAN y es responsable de la Unión Europea Occidental, la embrionaria organización militar estrictamente europea. Y mister Pesc, por otra parte, no podía, en función de su cargo y de su responsabilidad, suscribir la posición ultramontana de Zapatero sin comprometer su prestigio y credibilidad en ambas orillas del Atlántico.

Es por ello por lo que Felipe González, viendo el intrincado jardín donde se ha metido su protegido y fiel admirador, ha tenido que salir al paso para apuntalar a Zapatero quien, impulsado por el propio González y por Cebrián a abandonar la oposición serena y responsable para retomar el estilo bronco, desleal y demagógico, carece de las dotes de cinismo y verborrea del sevillano, tan necesarias para vender humo y convertir las meteduras de pata –como la de “OTAN, de entrada, no”– en éxitos sin que por ello se le descomponga el semblante. El apoyo “al 120 por ciento” que González ha prometido a Zapatero el mismo jueves durante la presentación de un candidato municipal en Logroño y su afirmación de que quienes aconsejan al líder del PSOE que consulte a Solana están “cometiendo un terrible acto de irresponsabilidad”, pues Solana “cumple dentro de la función que tiene [política exterior europea] lo que él cree que puede ser mejor”, son una buena muestra de la maestría de González en el maquillaje de las contradicciones y los errores. Porque nada más natural sería que el líder del PSOE, partido al que pertenece Solana, consulte a mister Pesc en materia de política internacional. En primer lugar porque, probablemente, Solana sea el mejor experto del partido en la materia; y en segundo lugar, precisamente porque es el responsable de la política exterior común europea.

Rehén de las ansias de venganza de un González más preocupado por sus boyantes negocios en el sector iberoamericano del tráfico de influencias que por el futuro de su partido o por la política nacional –excepto cuando se trata de meter el dedo en el ojo a Aznar–, Zapatero debería reconsiderar si el cordón umbilical que le une a quien le proclamó candidato le está aportando nutrientes políticos o, más bien, le está privando de su propia sustancia en el caso de que la tuviera previamente. Pues ese 20 por ciento de apoyo sobrante muy bien podría ser el empujón final hacia el despeñadero político.

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