España lleva ya dos décadas sometida a la más desacomplejada ortodoxia pedagógica de la izquierda y los resultados no han podido ser más calamitosos. Al generalizar la idea de que el esfuerzo y la excelencia son prejuicios burgueses que hay que eliminar de una sociedad progresista, el PSOE ha logrado extender la mediocridad a todo el país, sesgando las expectativas laborales de las nuevas generaciones.
Y es que si la tasa de desempleo juvenil más elevada de todo Occidente no fuera una prueba lo suficientemente palpable de que nuestro sistema educativo no produce ni científicos, ni empresarios, ni ilustrados sino mayoritariamente parados, el informe PISA de 2010 vuelve a poner el dedo en una de las llagas más abiertas de nuestra sociedad y de nuestra economía: no estamos instruyendo adecuadamente a los niños y adolescentes españoles; al contrario, nuestro sistema público diseñado por la izquierda los está condenando o al fracaso escolar o padecer unos estándares educativos muy deficientes en comparación con los países de nuestro entorno.
El fracaso de la LOGSE no admite paños calientes y, pese a ello, ni el PP ni, por supuesto, el PSOE han intentado derruir este fallido marco educativo. Mas, a la vista de sus paupérrimos resultados, es hora de desmontarlo de arriba abajo: ya sea por convicción de que la pedagogía socialista no funciona o porque el atraso educativo es uno de los lastres más antisociales y más contrarios a la promoción económica que puede padecer una comunidad, ambos partidos deberían ponerse de acuerdo para emprender una reforma educativa ambiciosa que dotara a España de una nueva organización educativa estable y eficiente.
Por desgracia, el PP es demasiado mojigato para proponer nada medianamente radical capaz de solucionar este entuerto, y el PSOE, lejos de estar preocupado por la igualdad de oportunidades, emplea las leyes educativas como una herramienta para criar votantes socialistas adoctrinando a los púberes.
Pero los principios educativos que funcionan, los liberales, están ahí listos para ser aplicados por cualquier político responsable y valiente. A pequeña escala, hasta donde le deja la actual camisa de fuerza de la pedagogía izquierdista, la Comunidad de Madrid, de la mano de Esperanza Aguirre, los ha puesto en práctica con extraordinarios resultados: los escolares de esta región poseen, según el informe PISA, un nivel educativo superior al de Suecia, Estados Unidos o los Países Bajos.
Es necesario, pues, ir un paso más allá y restaurar los valores del esfuerzo, la excelencia o la competencia dentro y fuera de nuestras aulas; y una herramienta básica para ello sería instaurar el cheque escolar: permitir que cada familia escoja el centro de enseñanza que considere mejor para sus hijos. De este modo, cada escuela competiría por ofrecer la mejor formación para los alumnos y, de paso, despojaríamos a los políticos de esa peligrosísima arma que es utilizar los planes de estudio para inculcar el ideario de su partido a los más pequeños.
España requiere con urgencia de una reforma educativa y esta pasa, entre otros puntos, por el cheque escolar; un imprescindible contrapeso a la degradación de la enseñanza y al afán adoctrinador de nuestras elites gobernantes.