A estas alturas ya debería resultar evidente que los principios del multilateralismo y del pacifismo conducen a una desastrosa política exterior y defensa en Occidente. En el caso de Libia, ya denunciamos que la lentitud a la hora de pararle los pies a Gadafi le había concedido al dictador libio un tiempo precioso para reconquistar el país y acorralar a los rebeldes. Antes de iniciar cualquier ofensiva, EEUU, Francia y Gran Bretaña deseaban contar con el apoyo explícito de la Liga Árabe y, al menos, con la no oposición de Rusia y China dentro del Consejo de Seguridad de la ONU.
En su momento, ya pusimos de manifiesto el absurdo que suponía buscar la aquiescencia de dictaduras y de Estados de Derecho fallidos en la defensa de la democracia y de la libertad. Dado que la izquierda sólo está dispuesta a apoyar una ofensiva militar no en función del resultado que persiga sino de la presencia de acompañantes indeseables, hubo que consentir que Gadafi continuara "persiguiendo como ratas" a sus ciudadanos mientras nuestros diplomáticos se cocinaban el acuerdo.
Finalmente, el acuerdo llegó: la Liga Árabe apoyó la zona de exclusión aérea y Rusia y China se abstuvieron en el seno de la ONU. La izquierda tenía su guerra multilateral y el apoyo a los rebeldes podía, por fin, comenzar. Mas a los pocos días de iniciar la ofensiva, no queda demasiado claro para qué hubo que esperar tanto: la Liga Árabe, Rusia y China ya han pedido el cese inmediato de los ataques. Por si alguien tenía alguna duda, ninguno de estos países tiene sólidos principios –mucho menos sólidos principios democráticos– sino sólo unos intereses que defienden perfectamente gracias a su capacidad para mezclar diplomacia con propaganda.
No es algo que debiera extrañarnos, pues sin ir más lejos la Liga Árabe viene empleando esta maniobra desde hace años. Ya sucedió con la guerra del Líbano de 2006 –cuando la propia Liga le pidió a Israel que le parara los pies a Hizbollah para rasgarse las vestiduras nada más comenzar los ataques– o con la reciente ofensiva israelí contra Gaza. Lo sorprendente no es la hipocresía de las dictaduras, sino la incapacidad de las democracias por aprender la lección y mostrar una mayor resolución y convicción a la hora de defender las libertades. Los libios le habrían agradecido a Occidente una mayor celeridad a la hora de defenderlos del mismo modo en que hoy la inmensa mayoría de iraquíes le agradecen a Bush que no comulgara con las ruedas de molino de un paralizador multilateralismo.