No parece difícil distinguir entre meros rivales políticos y enemigos declarados de la democracia. Sin embargo, desde hace años el PSOE parece incapaz de hacer esa mínima diferenciación. De hecho, partidos situados completamente fuera de las instituciones han recibido todo el cariño, cuando no el apoyo indisimulado, de los socialistas, mientras que a formaciones como el PP o UPyD prefiere responsabilizarlas de las mayores barbaridades.
Esta actitud empezó a hacerse pública y notoria con el desastre del Prestige y se profundizó con las algaradas a propósito de la guerra de Irak, durante las cuales los insultos e incluso los ataques físicos contra sedes y militantes se convirtieron en el pan nuestro de cada día, con los dirigentes socialistas y sus terminales mediáticas mirando para otro lado, cuando no alentando directamente los asaltos. El paroxismo llegó durante la jornada de reflexión del 13 de marzo, con la izquierda acusando al PP de poco menos que de ser responsable de los asesinatos.
Se podía pensar que semejante radicalización se debía al hecho de estar en la oposición y que, tras llegar al Gobierno, se calmarían y volverían a la sensatez. Fue al contrario. Zapatero y los suyos emplearon el poder para dividir a los españoles entre los buenos, ellos, y los malos, el PP. Buena parte de las leyes e iniciativas políticas del zapaterismo han tenido este objetivo, llegando el PSOE a pactar con el diablo con tal de mantener al PP dentro de lo que se calificó como "cordón sanitario". La negativa de los populares a que se produjeran cesiones políticas a los terroristas a cambio de que dejaran de matar fue contestada con la calificación de enemigos de la paz.
Naturalmente, un partido que defienda la unidad de España dirigido por una disidente del PSOE no podía quedarse fuera de este amplio abanico de injurias. Así, UPyD no tardó mucho en quedar incluida en el grupo de enemigos de los socialistas, del que pronto salieron "hombres de paz" como Otegi o De Juana Chaos. De ahí que Patxi López, alumno aventajado del zapaterismo, haya llegado este viernes a acusar a UPyD de preferir una ETA fuera de la democracia, es decir, matando.
UPyD defiende simplemente que no se debe permitir que Bildu, Amaiur o cualesquiera otros disfraces de los representantes políticos de los terroristas entren en las instituciones cuando ETA aún no se ha disuelto ni entregado las armas. Legalizar de la manera en que se ha hecho a Bildu y Amaiur no supone, como pretende hacernos creer López, la integración de ETA en la vida democrática, sino la perversión de la misma permitiendo a sus enemigos prosperar en ella sin renegar de la violencia ni pedir perdón a las víctimas. Las acusaciones del lehendakari, como las de sus compañeros durante los últimos años, parecen dejar claro que para el PSOE el verdadero enemigo no es ETA, sino quienes se oponen a los terroristas con más ferocidad. No es precisamente una medalla de la que sentirse orgulloso.