El todavía presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero no se ha caracterizado nunca por estar a la altura de las circunstancias, ni en las cumbres europeas, ni en las fotos de familia con Obama, ni en la política "doméstica" y ni siquiera en el desempeño administrativo de sus funciones representativas y ejecutivas. Sin caer ni en la crítica ni en la caricatura, su gestión ha sido un verdadero desastre en el que cuesta, por no decir que es imposible, encontrar algún detalle, acción o declaración oportuna. La primera y última vez que recibió en Moncloa a las víctimas del terrorismo no tuvo el más mínimo empacho en soltarle a María Jesús González, madre de Irene Villa, que la comprendía perfectamente porque él había perdido a su abuelo. Horas antes de que ETA atentara contra el aeropuerto de Barajas y matara a los ciudadanos Palate y Estacio, aseguró en relación al terrorismo que venían tiempos mejores. Y si en el plano social y político su paso por la presidencia del Gobierno no contiene ni un solo elemento positivo, en el económico también han sido sonadas sus meteduras de pata, como la de que España estaba entre los países "de champions", etcétera, etcétera. Todo ello demuestra la manifiesta incapacidad de Zapatero para comprender las circunstancias que le rodean y el mundo en el que vive, las implicaciones de sus palabras y las consecuencias de sus actos.
Sin embargo, cabría esperar de quien se ha pasado siete años al frente de los destinos de una nación un cierto sentido de la oportunidad, al menos para no seguir ofendiendo de forma gratuita a la mayoría de los españoles, incluso a aquellos que le han votado. Que dijera que "el mejor destino es el de supervisor de nubes acostado en una hamaca", en alusión a su futuro, es (además de un involuntario resumen de lo único de provecho que ha debido hacer en el pasado) una demostración palpable de que carece de capacidad para empatizar con las víctimas de su lamentable gestión, rasgo que en términos médicos alude a graves desequilibrios emocionales. Sólo a quien nada más le importa lo suyo puede explayarse de forma tan obscena respecto al "dolce far niente" que le espera. Cualquier otro en su lugar se guardaría muy mucho de revelar tales intenciones en un país con cinco millones de parados, al borde del precipicio económico y con una crisis institucional y territorial que se refleja a las claras cuando la Generalidad, con el apoyo del PSOE, se niega a cumplir la ley sin que ocurra nada. En ese contexto y con un balance de paro y ruina económica muy superior al generado por la propia crisis, Zapatero ya se ve mecido en una hamaca de su lujoso chalet de León, con piscina semicubierta. Zapatero husmea las mieles del retiro, la suculenta pensión de expresidente y ni siquiera el drama de millones de familias españolas le impide recrearse en lo que le espera, una jubilación de oro entre aplausos y parabienes, como los del portavoz popular en el Senado, Pío García Escudero, cuyo sentido de la educación se sobrepuso a la exigencia política que debería presidir las relaciones entre gobierno y oposición. El supervisor de nubes se va y se va de rositas, con un aire de beatitud que resulta francamente insano y deleznable en medio del solar en el que ha convertido España.