Zapatero ya lo confesó en una entrevista a El Socialista, poco tiempo después de ser elegido secretario general del PSOE: "España necesita recuperar un proceso de laicidad de forma subliminal, poco a poco, en diversos ámbitos". Desde entonces, el candidato socialista y, posteriormente, presidente del Gobierno, no ha hecho otra cosa que tratar de reivindicar ese cainita y liberticida proyecto de los años treinta para tratar de denigrar y extirpar, de forma ciertamente "subliminal", pero decidida, las creencias religiosas de los ciudadanos, mayoritariamente cristianos.
El más reciente botón de muestra lo constituye el supuesto homenaje del PSOE a nuestra Carta Magna que en realidad se lo dedica a la República, a la laicidad y a su no menos sectaria y propagandística asignatura de "Educación para la Ciudadanía". Simulando respeto a la libertad religiosa, a la separación entre Iglesia y Estado y a los valores propios del consenso constitucional alcanzado en 1978, lo que este manifiesto socialista hace es desempolvar el fundamentalismo laicista, ciertamente muy propio de la cainita constitución de 1931 contra la que, por cierto, terminaron sublevándose hasta sus promotores.
Si el PSOE defendiera por "laicidad" algo sinónimo a la "aconfesionalidad" del Estado que proclama nuestra actual Carta Magna, Zapatero no hubiera hablado nunca de "recuperar" algo que, como la distinción entre delito y pecado, la separación entre Iglesia y Estado o la libertad religiosa, son una conquista que, por cierto, mucho tiene que ver en su génesis con el mensaje evangélico y que, también por cierto, los inmigrantes deben respetar si quieren que sus creencias religiosas sean también respetadas. Pero lo que hace el texto de marras es utilizar la "laicidad" para denigrar, como "fundamentalismo religioso", a los movimientos cívicos y científicos que sitúan el inicio de la vida humana en el momento de la concepción o de aquellos que defienden que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer. Eso, y a equipararlos con las confesiones que legitiman "el maltrato a la mujer, la ablación o la discriminación por razón de sexo".
Que la "laicidad" ajena a la Constitución del 78 que reivindica el PSOE no es necesaria –todo lo contrario– como "requisito para la libertad e igualdad", lo evidencia no sólo nuestra trayectoria como Estado aconfesional, sino incluso la de Estados confesionales como los que hay en Inglaterra, Dinamarca, Finlandia, Noruega o Grecia. ¿O es que acaso cree el PSOE que Estados como China, Vietnam o los antiguos países socialistas del Este garantizaban mejor la "libertad o igualdad"?
En cualquier caso, no subestimemos esta provocación del panfleto socialista. Junto a su evidente intención de distracción de la actualidad política, también responde a un subliminal, profundo y decidido proyecto de erradicar competidores a la hora de formar a los ciudadanos en creencias y valores. Y esa pulsión liberticida es muy vieja, aunque se disfrace de nueva y se haga llamar "laicidad".