Suele decirse que podemos concebir la libertad desde perspectiva positiva o negativa. Según la primera, el ser humano es libre sólo cuando alcanza sus fines y según la segunda, cuando nadie le impide alcanzarlos. Aunque en apariencia ambas concepciones no se diferencian demasiado, la libertad en un sentido positivo, tal y como han destacado numerosos filósofos liberales, conduce a la anulación de la libertad en un sentido negativo.
Por ejemplo, la libertad de expresión, entendida como un derecho absoluto a expresar opiniones en cualquier ámbito provocaría en la práctica la obligación de los propietarios de los medios de comunicación de dar publicidad a todas las opiniones que llegaran a su redacción. Es decir, supondría la anulación de su libertad para gestionar su propiedad y para marcar la línea editorial de su grupo. En realidad, pues, sólo cuando entendemos esta libertad en su sentido negativo –esto es, que a ninguna persona se le pueda impedir crear su propio medio de comunicación y expresar desde allí sus opiniones– adquiere verdadero significado.
Lo mismo cabría decir con respecto a la llamada libertad religiosa. Desde antaño, esta libertad venía significando que el Estado no debía inmiscuirse en la vida interna de ningún credo, pudiendo los ciudadanos vincularse y desvincularse de cualquier confesión sin injerencias políticas o de otros ciudadanos. En otras palabras, la función del Estado no es ni la de servir de instrumento para el proselitismo de una determinada religión, ni la de facilitar su implantación, ni la de imponerla al resto de los ciudadanos. La auténtica libertad religiosa se alcanza cuando las religiones pueden desarrollarse de manera autónoma sin interferencias externas que pueden venir tanto de las autoridades como de otros fanáticos.
El Gobierno socialista lleva desde hace varios meses preparando una nueva Ley de Libertad Religiosa bajo el pretexto de dar mayor cabida al "pluralismo religioso". Así, según se especula, el Ejecutivo podría obligar a las escuelas públicas a retirar todos los crucifijos o a los ayuntamientos a ceder suelo público de manera gratuita para construir los templos de las distintas confesiones. O dicho de otra manera, el Estado tratará de distribuir discrecionalmente el espacio público entre las distintas confesiones, reprimiendo cuando lo desee a algunas de ellas (por ejemplo impidiendo que los padres decidan mantener los crucifijos en una determinada escuela) y promoviendo a otras (por ejemplo, regalando suelo público para la construcción de mezquitas).
Es evidente que los ideales del PSOE nunca se han visto influidos por una concepción negativa de la libertad. Más bien al contrario, los socialistas siempre han utilizado la cortina de humo de la "ampliación de derechos sociales" para conculcar las libertades más básicas de los ciudadanos. En este caso tampoco cabe esperar otra cosa. La Ley de Libertad Religiosa se nos venderá con la excusa de que hay que racionalizar el uso de los espacios públicos por parte de las religiones y lo que en realidad nos ofrecerá será un mayor control por parte del Estado de esos espacios públicos para promover la visión multiculturalista y relativista que inspira todas las acciones de este Gobierno (y cuyo paradigma es precisamente la llamada "Alianza de Civilizaciones").
Nadie niega que los espacios públicos deban racionalizarse en tanto son susceptibles de usos múltiples y conflictivos. Pero para ello existen distintas herramientas que van desde gestionarlos según la tradición a cederlos progresivamente no a las Administraciones Públicas, sino a las comunidades y a los vecindarios; todo lo cual sería mucho más respetuoso con las libertades individuales que ceder el ejercicio de la libertad religiosa al Estado.
Si el PSOE quisiera de verdad garantizar la libertad religiosa de los españoles se dedicaría a combatir los auténticos riesgos que existen para la misma, como la proliferación de un islamismo radical que no tolera fe distinta a la suya. Pero dado que no le interesa que a los ciudadanos no se les impida seguir su credo, sino que quiere imponerles el propio, lo más probable es que convierta la reforma de la Ley de Libertad Religiosa en un nuevo y enorme peligro para la misma.