El movimiento secesionista catalán marchó este domingo por las calles de Barcelona en pro de la desobediencia al Tribunal Constitucional y por la aceleración de los plazos del golpe de Estado que anda perpetrando en Cataluña desde las propias instituciones locales con indignante impunidad. Al patético aquelarre acudieron unas 10.000 personas, 60.000 según los organizadores, que ni con semejante inflado de cifras pudieron ocultar el clamoroso fracaso de la convocatoria.
A la ominosa astracanada golpista acudieron los indeseables de siempre, entre los que descollaron el diputado Rufián y su semejante Junqueras, el podemita Lluís (Franco) Rabell y la presidenta de la Cámara regional, Carme Forcadell; y el líder del PSC, el extravagante Miquel Iceta.
En efecto, ayer, el PSC acudió al rescate del separatismo catalán. De un separatismo comido por las luchas intestinas en un momento en que el Principado, y especialmente Barcelona, parece al borde del colapso. Ayer, el PSC demostró de nuevo que es otro partido nacionalista, y que prefiere alinearse con los insolidarios golpistas liberticidas que con los defensores de las libertades y de la unidad de España.
El PSC no es de fiar, el PSC es una formación profundamente perturbadora que no pierde ocasión de traicionar a sus votantes, permanentemente humillados y ofendidos por los que les tratan como a extranjeros en su propia patria. El PSOE debería romper amarras de una vez con tan tóxico aliado, tremendo responsable por acción y omisión de la formidable crisis que en todos los órdenes vive Cataluña. Pero no lo hará, con lo que volverá a fracasar en las urnas y a demostrar que tampoco él es de fiar, lo que no deja de ser un problema de primera magnitud para una España que está en la mira de los nacionalistas y de sus peores cómplices, los neocomunistas de Unidos Podemos.