El mundo de las finanzas lo tiene claro: la independencia tendría consecuencias "desastrosas" para Cataluña; sería "el peor escenario posible". Qué importante es que el sentido común cuente con portavoces de esta envergadura. Que también la gran banca internacional sepa ver en lo que es, y que no tenga el menor reparo en ponerlo negro sobre blanco.
Entre tanto, Artur Mas sigue con su desquiciada y subversiva huida hacia delante. Así, ha asegurado que su desafío secesionista no lo pararán "ni los tribunales ni la Constitución", y pedido a los votantes catalanes que el próximo día 25 le den una "mayoría rotunda" en las urnas. Como anda sobrado de vergüenza, incluso se ha permitido proferir un "Irán a por mí" digno de figurar en una antología de la infamia victimista.
Lo que habrían de hacer los votantes el 25-N es, bien al contrario, infligirle el durísimo castigo que se merece. Ir a por él, si así lo prefiere, para dejarle bien claro que su proyecto y su manera de hacer política son tóxicos para la bolsa y la vida en libertad de los catalanes, un ataque en toda regla a la Cataluña realmente existente.
Artur Mas –y, por supuesto, Josep Antoni Duran i Lleida, que se descalifica él solo cada vez que abre su oportunista e hipócrita boca– no es la solución sino el principal problema de Cataluña. Es preciso que los electores se lo hagan ver con la misma contundencia que la banca internacional o las multinacionales que han anunciado que abandonarán Cataluña en caso de que abrace la independencia.